En la historia contemporánea de México, pocos temas han sido tan decisivos, simbólicos y estratégicos como la soberanía energética. Desde la expropiación petrolera de 1938, encabezada por el general Lázaro Cárdenas, el petróleo no ha sido solo un recurso natural: ha sido identidad, bandera, Nación. Hoy, bajo el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, esa memoria cobra nueva vida.

Las coincidencias con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas son asombrosas. Durante décadas, el gran líder político de la izquierda mexicana sostuvo que la autonomía presupuestal de Pemex era condición sine qua non para su viabilidad. Que liberar a la empresa del yugo fiscal, reinvertir en refinación, proteger el patrimonio energético y transitar hacia energías limpias desde el Estado eran tareas urgentes. Hoy, esas ideas —antes marginales— se han vuelto gobierno. Y no por decreto, sino por convicción.

Claudia Sheinbaum ha reducido la carga fiscal de Pemex, ha fijado un horizonte de autosuficiencia financiera, ha retomado la inversión en refinerías y complejos petroquímicos, y ha articulado un discurso de soberanía que bien podría firmar el propio ingeniero Cárdenas. Cuando la presidenta afirma que "solo un traidor entrega los recursos de la Nación", reivindica al cardenismo como doctrina viva, un modelo de futuro viable.

En este contexto, no cabe duda: Claudia Sheinbaum no solo gobierna con los principios de la Cuarta Transformación, sino que ha elevado el proyecto a una dimensión histórica mayor. Ha recuperado el cardenismo y lo ha colocado en el centro de su programa energético. No por estrategia electoral, sino por formación, convicción y destino.

Por eso podemos afirmarlo sin titubeos: en los hechos, Claudia Sheinbaum es una cardenista. Y México lo necesita.

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