Algo que todos apreciamos es encontrarnos con personas que cumplen su palabra. La vida se llena de certidumbre cada vez que tenemos la seguridad de que alguien actuará tal y como lo ha dicho; en cambio, todo se torna dudoso cada vez que interactuamos con sujetos que se comportan de modo diverso a lo que sus palabras pregonan.

En los grupos humanos existen relaciones verticales y horizontales. Las que se dan entre quien tiene un cargo de responsabilidad dentro de una sociedad con las personas respecto de las cuales tiene autoridad, y la que se da entre quienes tienen una situación de igualdad y son pares entre sí. En una dimensión y otra, la confianza es fundamental; de otro modo, la vida se vuelve precaria, resulta complejo hacer planes de largo aliento y no se puede tener la suficiente certidumbre para asumir riesgos y apostar por el progreso de esa sociedad.

Algo parecido sucede cuando hay una reacción desmesurada de una autoridad a la crítica y emplea todos los recursos a su alcance para acallar a quienes ven el mundo de un modo diverso. Es verdad que la libertad de expresión tiene límites, pero también lo es que el libre intercambio de ideas ayuda a fortalecer el diálogo y enriquece la democracia. Vale más un diálogo abierto donde cada uno puede expresar su postura, aportar datos y dirimir con argumentos las diferencias. La fuerza no parece el mejor camino para acallar la diferencia. No cuando quienes ocupan el poder han exigido, con toda razón, desde la otra trinchera el respeto a sus propias ideas.