El escenario internacional atraviesa una transición marcada por el debilitamiento del orden unipolar encabezado por Estados Unidos, y el ascenso de un mundo tripolar en el que China y Rusia se configuran como polos de poder. Este reacomodo no implica un retorno a la rigidez de la Guerra Fría, sino la conformación de esferas de influencia dinámicas en las que las potencias buscan ampliar su margen de acción mediante el comercio, la diplomacia y, en algunos casos, la coerción militar. En este contexto, América Latina adquiere relevancia como espacio de disputa estratégica, y México se ubica en una posición singular debido a su cercanía con Estados Unidos y su creciente interés en diversificar relaciones económicas y diplomáticas.
1. La lógica tripolar
De acuerdo con la tradición geopolítica, las grandes potencias estructuran el sistema internacional mediante alianzas y tensiones que delimitan sus áreas de influencia. Zbigniew Brzezinski (1997) advertía que Eurasia constituía el tablero central de la competencia global; hoy, la emergencia de China como potencia económica, junto con la persistencia de Rusia como actor militar y energético, confirma esa visión. Joseph Nye (2004) planteó el concepto de “poder blando” como complemento del poder militar, lo cual explica por qué China expande su influencia a través de inversiones, tecnología y financiamiento de infraestructura en diversas regiones del mundo. Estados Unidos, por su parte, conserva una ventaja tecnológica, militar y cultural considerable, pero enfrenta un escenario de desgaste relativo. Rusia, a pesar de sus limitaciones económicas, mantiene peso estratégico por su capacidad nuclear, control energético y su papel como actor disruptivo frente a Occidente. El resultado es un mundo tripolar caracterizado por la competencia multidimensional, en el que las reglas del juego internacional se redefinen de manera constante.
2. América Latina como espacio de disputa
América Latina ya no puede considerarse únicamente como la “zona de influencia natural” de Estados Unidos. Aunque Washington mantiene predominio económico y cultural, China se ha consolidado como principal socio comercial de países como Brasil, Chile y Perú, y avanza en la región mediante megaproyectos de infraestructura y asociaciones tecnológicas. Rusia, con menor peso económico, busca aliados políticos y militares, especialmente en Venezuela, Nicaragua y Bolivia, como parte de su estrategia para desafiar la hegemonía estadounidense. En este escenario, América Latina se convierte en un espacio de competencia simbólica y material. Para algunos gobiernos, la relación con China o Rusia representa una oportunidad de contrapeso frente a la dependencia histórica de Washington; para otros, constituye un riesgo de tensiones diplomáticas y comerciales. Lo cierto es que la región ya no está fuera de la ecuación de la tripolaridad.
3. México: entre la dependencia y la oportunidad
México ocupa una posición estratégica única por tres factores:
1.- Geografía: su cercanía con Estados Unidos y acceso a dos océanos lo convierten en punto clave del comercio internacional.
2.- Economía: su integración al Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) asegura dependencia estructural de Washington, pues más del 80 por ciento de las exportaciones mexicanas se dirigen al mercado estadounidense.
3. Política: su margen de maniobra está limitado por la presión estadounidense en temas como migración, seguridad y energía, pero al mismo tiempo posee incentivos para diversificar relaciones con China, Europa y otros actores. La coyuntura del nearshoring ofrece a México la posibilidad de convertirse en plataforma de producción y logística para cadenas globales que buscan salir de Asia y acercarse al mercado norteamericano. Sin embargo, este potencial enfrenta obstáculos como la inseguridad, la fragilidad energética y la necesidad de fortalecer el Estado de derecho. Desde el punto de vista político diplomático, México puede desempeñar un papel de mediador entre polos, pero para ello requiere construir una política exterior más activa, menos dependiente de las directrices de Washington y más articulada con América Latina.
Conclusiones
La transición hacia un mundo tripolar no se traducirá en una división rígida del planeta en bloques, sino en la configuración flexible de áreas de influencia. En este proceso, América Latina será un espacio clave de disputa, con China avanzando como socio económico y Rusia como aliado político de algunos gobiernos, mientras Estados Unidos busca reafirmar su primacía. Para México, la coyuntura representa tanto riesgos como oportunidades. La dependencia económica con Estados Unidos es insoslayable, pero la posibilidad de atraer inversiones productivas y diversificar sus vínculos internacionales puede fortalecer su autonomía relativa. La clave estará en si México logra equilibrar su inevitable alianza con Washington con una política exterior inteligente que le permita aprovechar la multipolaridad en beneficio de su desarrollo y proyección regional.