La salud es, quizá, el más elemental de los derechos sociales. Sin acceso a medicinas, insumos y atención médica oportuna, cualquier discurso de igualdad queda vacío. Por ello, la decisión de la presidenta Claudia Sheinbaum de poner en marcha el programa Rutas de la Salud, centrado en garantizar el abasto y la logística de medicamentos “hasta la última milla”, es un hito que merece destacarse no solo por su audacia, sino por su trascendencia histórica.

No hablamos de un parche improvisado, sino de una política pública planificada: 96 rutas de transporte especializado recorren ahora el país, con la misión de garantizar que los medicamentos no se queden en almacenes ni se pierdan en trámites burocráticos, sino que lleguen directamente a las manos de las y los pacientes.

Las Rutas de la Salud encarnan la filosofía del humanismo mexicano: poner en el centro al ser humano, no al mercado. Se acabó la lógica de los monopolios farmacéuticos y de la especulación con la salud. Hoy, la rectoría del Estado asegura que el acceso a medicinas no dependa de la capacidad de pago ni de la región en la que se viva.

La logística y el abasto son, en el siglo XXI, tan estratégicos como las carreteras o la electricidad. Con este programa, México sienta las bases de una infraestructura sanitaria moderna, capaz de resistir crisis, emergencias y hasta pandemias futuras. No se trata solo de repartir cajas de medicinas; se trata de construir un sistema nacional de salud con soberanía, eficiencia y justicia social.

La presidenta está marcando la ruta no solo de la salud, sino del país: un Estado que cumple, que se hace presente y que convierte los derechos en realidades palpables.

Ese es, sin duda, el legado que toda nación necesita.

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