Si, nos genera tensión (“ansieda” dicen hasta las y los niños de primaria) el que Trump se comporte como spring breaker desnudo y drogado mientras agita el maletín con el botón nuclear y escupe amenazas a Irán y a sus nada escuálidos socios.

Pero, créalo, creámoslo, para él o la habitante promedio del Estado de México que debe cruzar hacia ese otro continente llamado Ciudad de México el anaquel de sus preocupaciones está lleno de fragmentos del fin del mundo, sí, sé que a veces parece lejana esta historia de la madre, la jefa de familia que cada día viaja a limpiar casas a la CDMX en silencio, o la digna obrera que va a la fábrica con la frente en alto, siempre pensando en la próxima quincena o en el pago de la deuda y cuya única puerta de escape es ir observando la ventana del autobús y soñar… (aún no le quitan ese derecho).


Por alguna razón permitimos que nos domesticaran y abandonamos todo rastro de dignidad con cada traslado (lo he vivido en carne propia como vecino de Tecámac durante seis años), ese ir y venir entre el Estado de México y la capital es capaz de quebrar hasta la voluntad más recia, madrugar para subirse a uno de los tantos camiones repletos de somnolientos es un pequeño ritual de quien va al encuentro de su destino sin saber cómo llegará, o si llegará.

Regresar al hogar, a alguna de las miles de casa de interés social. es obligarse a dormir los sentidos, desconectar la frustración ante el hecho de que “por la lluvia o lo que sea llegaremos en unas tres horas”.

Claro, aunque se argumente que antes era peor, sigue sin ser suficiente, que debido a que la zona metropolitana creció en medio del caos y la corrupción es que se sobrevive en una suerte de sálvese quien pueda.

El riesgo es que el sistema arterial que nos mueve llegue a un punto del colapso (hemos dado “probaditas” tan solo pero aún no llegamos a la parálisis total) y de seguir así, sin efectuar una verdadera cirugía mayor para mejorar los traslados de esos más de tres millones de seres humanos, no será necesario esperar a que Trump desate el infierno nuclear…bastará morir en la salida de indios verdes o en la López Portillo. Pero bueno, mientras el mundo se puede ir al carajo, que ella sueñe, que dormite acostada en el vidrio del autobús, su sueño de que alguien se ponga  en sus zapatos.