En Ecatepec, la realidad cada día se vuelve más amarga para sus habitantes. El municipio vive un alarmante deterioro en todos los frentes: la violencia crece sin freno, los asesinatos son cada vez más frecuentes y los despojos de hogares han dejado a muchas familias en el abandono. Frente a esta cruda situación, uno esperaría que las autoridades reaccionaran con sensibilidad, compromiso y austeridad. Pero ocurre todo lo contrario.
Mientras el pueblo sufre, la presidenta municipal Azucena Cisneros parece vivir en una realidad paralela. En vez de solidarizarse con las carencias del pueblo, decidió aumentarse el salario. Una decisión que resulta ofensiva para los ecatepenses, sobre todo en un contexto donde el desempleo y la precariedad laboral se han convertido en el pan de cada día.
Ecatepec necesita funcionarios públicos con vocación de servicio, no políticos que aprovechen el poder para su propio beneficio. ¿Cómo se justifica un aumento salarial en medio de la crisis social y económica que atraviesa el municipio? ¿Cómo explicarle a una madre que ha sido desalojada o a un joven víctima de la inseguridad que su presidenta decidió que merecía ganar más?
Este tipo de acciones sólo alimentan la brecha entre una clase política cada vez más ajena y un pueblo que ya no confía. La política debe ser una herramienta de transformación, no una vía de enriquecimiento personal. Mientras el pueblo se ahoga en pobreza, violencia y abandono, el mensaje del gobierno de Ecatepec es claro: primero ellos, después el pueblo.
Ecatepec no necesita más discursos, necesita soluciones reales y liderazgo con ética. La austeridad no debe ser solo una bandera electoral, sino una práctica permanente cuando se gobierna para una ciudadanía golpeada por la desigualdad. Porque en un municipio pobre, no puede haber un gobierno rico.