Experto en gobierno y asuntos públicos.

El derecho a respirar: vacaciones, esparcimiento y la vida que se nos escapa

El verano es un regalo. Un respiro que llega con el calor y, en muchas latitudes, con la bendición de la lluvia. Es la estación de las vacaciones, de la familia reunida, de los niños felices que descubren mundos nuevos. En este mes de agosto, que lleva el nombre del emperador romano Octavio Augusto, el aire se llena de vida. El reino Fungi celebra esparciendo sus esporas, los bosques se visten de un verde intenso y las familias se unen en una convivencia que promueve el intercambio de sabiduría entre generaciones.

Es un tiempo donde se aprende a nadar, se descubre la pasión por la pintura o la música, y, por supuesto, no falta el clásico amor de verano. Un mes que nos recuerda la importancia de detenernos.

Pero este quiebre en la rutina también nos obliga a ver con claridad fenómenos que, en el frenesí de la agenda diaria, preferimos ignorar. Las lluvias, tan vitales para la naturaleza y una bendición para los campesinos, se convierten en desastres urbanos que el gobierno, con una pasmosa falta de memoria, cataloga cada año como "lluvias atípicas", aunque son tan predecibles como el amanecer. Y en medio de este caos, el tráfico en las ciudades, aun sin clases, no cede. Sigue siendo el mismo monstruo desquiciante que devora el tiempo de millones de personas, recordándonos que el estrés urbano no se toma vacaciones.

El derecho al esparcimiento

La Comisión de los Derechos Humanos de la Ciudad de México lo define como el tiempo que dedicamos a realizar actividades recreativas. Esto implica la existencia de un tiempo libre y exento de toda obligación relacionada con la educación formal, el trabajo, las tareas domésticas y otras actividades de subsistencia. Es el tiempo que nos pertenece por completo. Es la oportunidad de respirar.

Este derecho es un pilar de la salud mental y del bienestar. Vivimos en una sociedad que glorifica la productividad, el estar siempre ocupado y la agenda llena. Nos han enseñado que el valor de una persona se mide por su capacidad de producir, de consumir y de estar siempre conectado. El ocio se ha convertido, para muchos, en sinónimo de pereza o de culpa. Pero el ocio creativo, el verdadero esparcimiento, es todo lo contrario. Es la fuente de la innovación, el espacio donde la mente se relaja lo suficiente para conectar ideas que en el estrés no podríamos ver. Es el momento donde la familia se fortalece, donde se crean los recuerdos que nos anclan.

Y, sin embargo, la cruda realidad nos golpea con un hecho brutalmente injusto: para una enorme porción de la población, este derecho es una quimera. Millones de personas no pueden permitirse el lujo de tomar un descanso. Para ellos, el esparcimiento no existe porque si no trabajan, no comen. Su tiempo libre no está exento de preocupaciones, sino lleno de la angustia de la subsistencia. Y en un mundo que celebra el verano y las vacaciones, esta desigualdad es un recordatorio de que la libertad no es completa si no incluye la tranquilidad de saber que nuestras necesidades básicas están cubiertas.

Las vacaciones de verano no son solo un capricho; son una necesidad biológica y social. Son la pausa que nos permite reconectar, no solo con nuestros seres queridos, sino también con nosotros mismos. Es el momento de alejarnos de la "jaula de lata" que mencioné en un artículo anterior, esa que no solo contamina el aire, sino también nuestro espíritu. Sin este derecho, sin la posibilidad de disfrutar de un tiempo libre digno, el trabajo se convierte en una esclavitud moderna y la vida, en una simple rutina de supervivencia.

Aquí un fragmento de un texto de un brillante amigo que define bien el concepto:

Entonces, tomarse unos días es un acto de libertad si refleja un proyecto auténtico de la persona. Pero si se hace por presión social porque todos lo hacen, entonces estamos en un autoengaño. Peor aún, si estas vacaciones son producto de un crédito o una deuda adquirida, ¿qué tipo de descanso es aquél que se paga con una carga financiera futura?”. Sergio Arias.

Agosto es un buen mes para recordar todo esto. Para entender que las lluvias "atípicas" de cada año son un recordatorio de que no todo está bajo control y que, en un mundo que corre sin parar, el mayor lujo es el tiempo que tenemos para nosotros, para nuestra familia y para nuestra alma. Es un buen mes para respirar.