“Para un año, sembrar cereales. Para una década, plantar árboles.
Para toda la vida, educar y formar a la gente".
(Proverbio chino, Guanzi, 645 a.c.)
La educación en México se encuentra en un punto de inflexión decisivo, que marcará a las futuras generaciones. La imposición de la llamada Nueva Escuela Mexicana, se presenta no como una mejora pedagógica, sino como un proyecto ideologizado que amenaza con precarizar la formación intelectual de millones de niños y jóvenes. Ante este modelo que pervierte la educación para servir a una agenda política, surge la pregunta ineludible y urgente: frente a la doctrina, ¿cuál es el modelo de niño que realmente queremos formar y qué valores debemos priorizar para construir un futuro de libertad y prosperidad?
La respuesta no se encuentra en los manuales de adoctrinamiento, sino en el núcleo mismo de la sociedad: la familia. Desde el principio de la vida, los valores están presentes. Es, en el hogar, donde se aprenden los primeros gestos, las primeras palabras y se forja el primer concepto de nosotros mismos y del mundo. En la familia, es donde se aprende a amar, a confiar, a compartir; es la vía principal para la transmisión de valores, y en la escuela, se debe asumir el rol fundamental de reforzar estas enseñanzas, no de deconstruirlas con ideología.
Educar en valores es una tarea que trasciende la simple distinción entre lo bueno y lo malo; es un ejercicio de visión que define hacia dónde debemos dirigirnos: la persona que queremos ser y el mundo que queremos construir. Este propósito nos impone un reto inmenso a los adultos: debemos vivir y sentir los valores para poder transmitirlos con firmeza, coherencia y, sobre todo, con corazón. Se enseñan valores, pero también se enseñan antivalores al mostrar qué debe hacerse y qué no.
Para ello, el método es crucial. Un estilo educativo autoritario e ideologizado lacera la autoestima de los infantes, mientras que uno permisivo falla en proporcionar límites claros. Lo que se necesita es un estilo de educación asertivo y seguro, que siente las bases para un desarrollo emocional y cognitivo pleno. Es a través de este equilibrio que los niños aprenden a relacionarse con los demás y a convivir de manera respetuosa y pacífica, comprendiendo que la empatía es el cimiento de toda conducta social saludable y la base para una sociedad funcional y sana.
Los valores se entrelazan y se fortalecen mutuamente. Hay principios que resultan imprescindibles para una convivencia pacífica: el respeto, la compasión, la responsabilidad, la confianza, la generosidad, el diálogo, la tolerancia, la justicia, la cooperación, la libertad y la paz.
Educar para la paz es valorar la solidaridad; educar en la tolerancia es fomentar el respeto a los demás, facilitando la cooperación y la diversidad de ideas y credos.
Los niños y jóvenes son el futuro de nuestra sociedad. Esta frase, aunque repetida, encierra la verdad más profunda de nuestro desafío colectivo. Si queremos una sociedad justa, pacífica, respetuosa y comprometida, nuestro compromiso ineludible está en la educación que les brindamos hoy. Cumplir con esta misión requiere tiempo, paciencia, constancia y mucho amor, pero tenemos que trabajar arduamente como sociedad para forjar, desde el corazón y la razón, a las generaciones que México se merece.