El domingo pasado fue la primera jornada electoral para elegir al poder judicial. Participó el 12 por ciento del padrón electoral. Quizá el mensaje más fuerte emitido en esa jornada fue la indiferencia respecto a esa posibilidad. No obstante, para muchos el mensaje fue de rechazo o de un gran éxito.

Veo un horizonte complejo. Una economía al asedio por un presidente de los Estados Unidos ideando modos de generar incertidumbre y de ir variando, no sé si con un plan más allá de desajustarlo todo, pero que no parece favorecer un futuro de estabilidad y con capacidad de proyección. Miro un país rodeado de violencia. En las calles, en los discursos, en muchas miradas que no consiguen ver más allá de sí mismas pues ya no saben en quien confiar.

Dificultades ha habido siempre. No es su presencia la que me inquieta. En cambio, sí me preocupa constatar en muchos autores falta de imaginación y creatividad. Voluntad de generar esos diálogos improbables de los que pueda salir algo distinto a las cantinelas que cada monólogo repite ininterrumpidamente.

Hecho de menos las utopías que buscan cambiar el mundo por un sueño, pero sin dejar de incorporar los anhelos de los demás. Los diálogos pausados que buscan más el encuentro con el otro que la respuesta correcta. La convicción de que podemos cambiar el mundo si antes nos atrevemos a cambiar un poco nuestro modo de mirar, sentir, pensar, procesar.

Hace años recuerdo a un hombre, en aquella época lo consideraba viejo, probablemente tendría la edad que tengo ahora y que recorría las zonas populares de Naucalpan buscando organizar a sus pobladores para reclamar unas condiciones de vida más dignas. Dejo su vida en esas luchas, su nombre no figura entre los grandes próceres de nuestra patria, pero cambió vidas, logró mejoras, despertó a muchos del letargo cansino de su indiferencia.

Sé que siguen sucediendo muchas pequeñas proezas de las que se sabe poco. Hace falta mirar a esos muchos pocos que hacen las grandes diferencias. Dejar de pensar en las ideas sordas, aquellas que no admiten diálogo y que terminan siendo una imposición. Cambiar es lograr un sueño común, un país del que estemos todos un poco más orgullosos.  Ese es nuestro reto, del ciudadano, del gobierno y de la oposición. Ojalá logremos salir del cómodo silencio y levantemos nuestra voz, no para apagar la contraria y sí para vibrar por un futuro compartido, más incluyente y donde todos podamos seguir sintiendo el proyecto de nación como común  y como propio.