Balazos en el pie
Frase que estos días escuchamos de muchos niños en la calle, que se acercan disfrazados o solamente “pintarrajeados” de algo que para ellos simboliza un ser de ultratumba o, al menos, eso creo. Y ya sea con una calavera de plástico, una caja de cartón con una vela encendida dentro, o en el peor de los casos, con una mal aplicada “calabaza de halloween”, haciendo las veces de alcancía pero todos ellos con una sola intención; que se les dé una moneda aunque ni idea tengan del significado que conlleva pedir “para su calaverita”.
Pero no sólo los niños aprovechan la temporada, la verdad es que todos, o casi todos, estamos involucrados en esta tradición y nos emociona comprar calaveras de azúcar y chocolate, o adornadas con sombreros, plumas y lentejuelas, de hecho nos divierte a algunos que dicha calavera tenga grabado nuestro nombre en la frente a la hora del intercambio.
También nos gusta encontrar aquellas que representan nuestro oficio o profesión, causándonos gracia tenerlas a veces de adorno en nuestro escritorio. O ¿qué tal aquellas “calaquitas” que son para traerlas colgadas en el espejo retrovisor?, o ¿aquellas otras que mostrando sus dientes parece que están haciendo guardia día y noche en las puertas de algunas casas?
La muerte, también la tenemos representada en pan, es decir, sin darnos cuenta la materializamos en un alimento que conlleva a compartir ¿a quién no le gusta comer esas deliciosas hojaldras que simbolizan a la muerte? En pocas palabras, a través de nuestra cultura aprendemos a encontrar el gusto por “comer” a la muerte, o bien hasta burlarnos de ella. Pero, ¿en realidad estamos preparados para afrontar a la muerte con la naturalidad con que la festejamos?
El tema de la muerte, aun cuando estemos habituados a hablar de ella de forma chusca cada año, no deja de ser rechazada en nuestra cabeza cuando se trata de hablar en serio de ella.
Y es que para muchos, pensar en la muerte significa el fin de nuestros proyectos, de una presencia entre los nuestros, significa también dejar de ser, de existir, de importarles a los otros, es un temor a ser olvidados, pero sobre todo porque no sabemos a ciencia cierta qué hay después de la muerte y eso nos asusta un poco. Entonces ¿qué se puede hacer para no temer a la muerte y sobre todo estar preparados para cuando llegue la hora?
Es importante que de vez en cuando hablemos con los nuestros de que algún día tendremos que morir y que todo aquello que hemos construido o atesorado, tendrá que tener una continuidad, o bien pasará a manos de otros, ya que muchas veces la muerte sorprende a algunos con un sinfín de cosas pendientes, y no se diga de asuntos que dejan consecuencias desagradables para los que aún se quedan.
Con los niños, sé que no es tarea fácil, porque con frecuencia tratamos de evitarles el dolor o el sufrimiento, esto no quiere decir que los atormentemos con la idea de la muerte, pero sí vale la pena que de vez en cuando manejemos este tema por medio de alguna lectura o algún juego, o bien aprovechando estos días, se puede hablar un poco sobre ella, así ellos irán tomando conciencia de que la muerte es algo que no podemos evitar.
Otro tip es procurar tener las cosas materiales y emocionales en orden, pues en esta medida, el temor por la muerte se va disipando.
Finalmente, aprendamos a disfrutar de la vida sin angustiarnos por el paso del tiempo, haciendo saber cada día a los que queremos lo importantes que son para nosotros.
Me despido retomando ésta, aunque trillada pero muy cierta frase: “el único requisito para morir es estar vivo”, y éste lo cubrimos todos.
Ahora sí, a disfrutar el Día de Muertos.
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