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La Corrupción y su Impacto en los Servicios de Salud Públicos del Estado de México
En la actualidad, leer y escuchar noticias en las que los conflictos son resueltos con violencia, ya no sólo en las calles sino en las escuelas y en las familias, es casi el pan de todos los días. Estamos en una sociedad cada vez más intolerante y me pregunto: ¿hasta dónde vamos a llegar?
Cualquiera pensaría que los medios de comunicación son los responsables, otros más acusarían a la sociedad, pero me parece que una vez más se trata de un fenómeno que se está gestando principalmente dentro de las familias.
Si bien es cierto que las nuevas formas de crianza están produciendo jóvenes cada vez más autónomos e independientes, más preparados en el terreno profesional, pero también están educando seres más centrados en sí mismos, personas cada vez más intolerantes, más demandantes y, por ende, menos hábiles para resolver conflictos de manera pacífica.
Por tanto, mi pregunta sería: ¿qué estamos haciendo las familias al respecto?, ¿qué estamos aportando a las nuevas generaciones para lograr una sana convivencia y evitar la violencia de la que todos los días nos quejamos? Tal vez sin darnos cuenta, estamos enseñando a los niños y jóvenes a reaccionar de manera violenta ante la insatisfacción de un servicio o en el trato hacia nuestras amistades o miembros de nuestra propia familia, ¿no lo habías pensado así?, te invito a reflexionar sobre lo siguiente:
Supongamos que llevaste la ropa a la tintorería, llega la fecha de recogerla y te encuentras con que tu vestido o traje preferido no fue lavado siguiendo las instrucciones de la etiqueta, por tanto, lo echaron a perder, ¿cuál sería tu reacción?, enojarte con la dependienta y gritarle lo incapaces que son para cuidar la ropa o tratar de controlar tu enojo y buscar la manera de llegar a un acuerdo para dar solución al problema.
Una más, llega tu hijo de la preparatoria muy indignado porque su profesor de filosofía no quiso darle los 5 décimos para alcanzar la siguiente nota, y en lugar de hablar con él y pedirle se tranquilice y busque la manera de dialogar con su profesor sobre sus esfuerzos, te enfureces también y decides ir a la escuela junto con tu hijito a reclamar al maestro para exigirle que le ponga la calificación que creen se merece.
Muchos pensarían que los hijos deben aprender a “no dejarse”, sin embargo no se detienen a reflexionar en el mensaje que se está transmitiendo, por principio de cuentas, en ambos casos es que no se tiene tolerancia a la frustración, es decir; aprender a que no siempre las cosas saldrán como uno las espera y, en segunda, no se cuentan con habilidades para manejar conflictos, por tanto, no pretendo que en ambos casos las personas hagan caso omiso de lo que está sucediendo, pero sí que se reflexione acerca de las maneras de darle solución a los problemas, ya que si en cosas simples acostumbramos salirnos de control, qué será cuando se enfrenten a situaciones verdaderamente urgentes, como un accidente, la muerte de un ser querido, etc.
Por tanto, es importante que quienes tenemos a nuestro cargo la educación, orientación y guía de las generaciones de niños y jóvenes, pongamos más atención en nuestro actuar, ¿qué es lo que les estamos enseñando?
Me despido con esta reflexión, un tanto trillada pero muy cierta: “La próxima vez que pienses en qué clase de mundo les tocará a tus hijos, mejor será reflexionar sobre qué clase de hijos quieres dejar para el mundo”.
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