Balazos en el pie
Cuando tenía quince años Lucas leyó por primera vez Cien Años deSoledad, esa lectura fortuita fue porque un amigo le había prestado el libro, diciéndole que había en la novela un pasaje erótico imperdible, más allá de que Lucas se olvidó de cuál era el motivo, fue atrapado por la fantasía de la escritura y la novedad del estilo. Supo, muchos años después, de que su amigo Juancito simplemente utilizó una estrategia para que Lucas siguiera ese camino de lector que no abandonaría nunca.
Juancito, con cinco años más que Lucas, pertenecía a esa estirpe de guías culturales, que seguían el modelo de referente; es decir, ellos habían tenido a su vez a otros maestros que le enseñaron a ver el mundo de otra manera: tener una conciencia cultural y social, una ética para conducirse en la realidad, es decir, una línea de conducta no alejada de la flexibilidad para adaptarse a las circunstancias, claro, muy lejos de la ambigüedad que se acerca a la mentira o a la moral de conveniencia.
Desde el fallecimiento del Gabo, se han dado muchísimas opiniones respecto a la posición política del escritor, a la fortuna acumulada por los derechos de autor y a su manera de vivir y gozar de la existencia, tratan de diseccionar su pensamiento y sus actitudes como un ser humano, falible como todos, con sus partes de luz y de oscuridad, con sus grises y sus matices.
Lucas piensa en todo esto y se pregunta: ¿Por qué esa tendencia del “periodismo” barato de llevar al nivel del chisme la vida del escritor, olvidándose de lo fundamental que es el legado literario, más allá del gusto y los afectos personales por una u otra novela del Gabo?
Existe una tendencia marcada a hablar siempre alrededor de alguien que no se puede defender; una vez, ante la pregunta de qué era ser revolucionario -se acuerda Lucas- el Gabo dijo que “la mejor manera de ser rebelde o revolucionario era, en el caso de los escritores, tratar de escribir cada vez mejor, y en el caso de cualquier ciudadano, buscar la perfección en el oficio o profesión a la que estuviere dedicado.
Sí, claro, -afirma Lucas-. No veo el motivo de que se tenga que escarbar en las cuentas bancarias de un escritor que le entregó su vida a la escritura, mucho le habrá costado, y eso qué tiene que ver con su aportación a la literatura universal.
Lo he dicho muchas veces, un artista puede ser alcohólico, drogadicto, mujeriego, homosexual, ateo, marxista o católico, budista o astronauta o lo que sea, su verdadera exposición está en los valores estéticos de su obra, por ella es por lo que debe ser juzgado y criticado, no por su vida personal, claro, el artista debe intentar aproximarse lo más que pueda, al ser “creador”, a esa entidad, a ese “otro” que realiza la obra, el que tiende a la armonía, el que busca la belleza y la justicia, algo que también debe intentar como un ciudadano comprometido con su entorno histórico: tener conciencia del tiempo que le tocó vivir. (P.S.A.)