Balazos en el pie
A pesar de ser un tipo normalmente optimista, Lucas tiene sus bajones que lo dejan siete metros bajo tierra, tal vez por lo mismo, porque casi nunca se deja vencer por los obstáculos o la realidad. Cuando esos días llegan, no lo pone contento ni un caramelo, sin embargo, poco a poco intenta ir ordenando lo imposible, es decir, sus ideas.
Intentó hallar una salida y buscó la definición de felicidad: “¿Cuál es el bien supremo entre todos los que pueden realizarse? Sobre su nombre, casi todo el mundo está de acuerdo, pues tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad”, Aristóteles.
Piensa que la búsqueda de la felicidad no es una invención del neoliberalismo, es la que le dio a los sabios antiguos una finalidad: hubo quienes la encontraron en la ausencia de tristeza; otros, en la apatía, en el desinterés hacia las cosas materiales, otros en la ausencia de sufrimiento, otros en la carencia de juicio o de opinión ante la realidad. Lo que le queda claro a Lucas es que la felicidad, o si se quiere la plenitud, la satisfacción, es definitivamente una actitud individual más allá, por supuesto, de los avatares del enfoque político de la felicidad, porque si es así, es un asunto de todos y un derecho de cada uno, no ya el privilegio de algunos tipos.
Lucas, de esta manera, sabe que la vida está llena de peligros, por lo mismo el gozo de los placeres, así como aceptar las penas significa romper el límite del azar, erradicar cualquier tipo de miedo. Ante la violencia desenfrenada, las dudas sobre el destino de la civilización y las profecías apocalípticas, siente una urgencia por vivir plenamente, cuya impaciencia supera cualquier terror de castigo, tanto el que plantean las religiones tradicionales, así como las poderosas, olvidadas leyes del hombre.
Lucas elige los alimentos terrestres por sobre cualquier maldición divina, es lo único que lo salva de las depresiones: ¿es un autoengaño que rechaza el chantaje de la factura entre felicidad aquí abajo y desgracias en el más allá? Se dice a sí mismo que si la muerte para todos, así tengas cien años, llega demasiado pronto, ¿por qué no gozar cada instante de los placeres a la mano?
Lucas llega a comprender, de manera triste, que la peor amnesia es el olvido de sí mismo como fuente del saber. El miedo al dolor y las agitaciones del qué va a ser de mí, privan al ser humano de la serenidad que constituye el placer de vivir, por eso es necesario sacudir el pensamiento para liberarse, la poesía debe encontrar allí una de las razones de ser: vale la pena existir cuando el placer permite disfrutar de sus vertientes.
En este sentido, sintetiza Lucas, hablar del gozo aquí y ahora, tiene que ir acompañado de una ética de la felicidad, claro, sin demonizar los deseos ni los placeres: vivir la propia vida con una filosofía alegre, sin mayores complejidades, libera al hombre de todos las dudas del mañana: a ver qué pasa. (P.S.A.)