La Polémica | Victorino, sin resultados, pero con suerte
NEZAHUALCÓYOTL, 30 de enero, 2017.- Subieron como si nada, con sus pantalones desgarrados y las playeras manchadas de óxido, destrozadas en los hombros. Ni qué decir de sus zapatos: hambrientos, abrían las fauces dejando entrever la ausencia de calcetines.
Esperaron a que las puertas cerraran y comenzaron a lanzar de su ronco pecho todo aquello que sentían. Iban turnándose, y no hablaban para solicitar dinero sino para recriminar a todos:
—Es que, ¿qué clase de pueblo somos, mexicanos? Ahorita y desde hace mucho nos la están dejando ir; tenemos que darnos cuenta. Nosotros somos macheteros en una ferretería y no ganamos ni el sueldo mínimo, y nos traen en chinga de sol a sol y nos hacen el cuento largo con aquello de las utilidades y las vacaciones y la seguridad social.
Sabemos que no somos los únicos, por eso el compa y yo decidimos que aunque nos den una buena sacudida, ya no tenemos por qué quedarnos callados. Ni ustedes, compas: creo que ya es hora de irnos armando de “güevos” antes de que nos lleve el tren, y qué bueno que fuera como éste. Ni madres: el trenecito de la desesperación por el hambre, porque nuestros chavalos andan con la panza pegada al espinazo, porque…
Su cuate le quitó la palabra, sin decir más que:
—Ni le dé vueltas al asunto, compa, vámonos de una vez al chile —dijo y comenzó a dar grandes zancadas por todo el vagón—. Sin tantas vueltas: hay que gritar de una vez que nos están matando suavecito, a la de sin susto y de pasadita exprimiéndonos; ya basta y hay que hacer algo, porque no crean que las elecciones que se nos vienen van a dejar algo; ¡hay que decir, compas, que el gobierno y los patrones son uña y mugre, que nos están chingando y que nadie de los que aquí vamos hacemos nada de nada! Nomás es cosa de acordarse, vales, que al fin que todos los que vamos aquí somos hijos de alguien que tuvo que fletarse en la Revolución que nos fregaron, la neta. Nos fregaron a Zapata, a Villa, al Tata Cárdenas, y luego nos dejaron a puros vampiros…
Al ratito eran los dos hablando, cada uno por su lado, increpando a todos los metronautas, diciéndoles a ver, niéguenlo, digan que somos unos mentirosos, pero no nieguen que ustedes bien que le hacen al agachón, y se dirigían a alguno en especial, y como todos los demás no tuvo más que agachar la cabeza cuando le dijeron:
—Desmiénteme, carnal. Dime que estoy acelerado, que mi desesperación es de puras barbas. Dime que a ti nadie te saca el jugo del cuerpo por cualquier pinchecito salario, o que no andas en la loca por hallar cualquier moneda, la que sea. Ora dime también que soy un alborotador, que soy comunista y que mejor que me ponga a trabajar.
¿Crees que lo ñango que estamos es por querer conservarnos esbeltos, para tener más pegue con las nenas? Nel, lo que pasa es que acá el compa y yo dijimos, ahoy, ahoy, que no queremos quedarnos callados y que de alguna forma hay que sacársela antes de que nos la metan más. Y él dijo que si a poco tan fácil, pero quedamos que órale, joto el que se raje, y no aviente la primera piedra, porque la verdad es que nosotros sí estamos libres de culpa y por eso es que dijimos que les íbamos a aventar netas a todos los que nos oyeran y los íbamos a dejar picados para que también la aventaran por todos lados, que no se diga que el obrero, que el jodido está así porque quiere, y que no nos piñen diciéndonos que solitos podemos ser nuestros patrones; ya van, ni que fuera tan pelada la cosa: todos de patrones y nadie que nos compre porque los que tienen, ¿a poco creen que se gastan su billete aquí, entre nos?
“Desmiénteme, carnalito, y si te quedas callado es porque te da vergüenza, pero claro que con ella no se come… O a ver, usted, abuelito, que se ve que tiene experiencia, ¿a poco no está de la jodida esta situación? ¿A poco no toda su vida se ha fregado en la chamba, y ya se vio en las garras que anda? ¿Me va a decir que ese palillo que trae entre los dientes es para sacarse los trozononones de filete que se le quedaron pegados? ¿Me va a alegar que en su morralito lleva frutas, dulces, o hasta un güisquicito para dormir más a todo dar?”
El abuelito en cuestión se puso colorado-colorado y se le quedó viendo feo al muchachón, pero las lágrimas lo traicionaron y nomás se agachó para que no lo vieran y luego movió repetidas veces la cabeza en señal de asentimiento, hasta que de repente dejó su morralito sobre el asiento y se sumó a los dos que no dejaban de caminar de un lado a otro del vagón, hasta que el convoy llegó a la estación terminal y más rápido que de costumbre los pasajeros abandonaron sus asientos y salieron en tropel.
Los tres personajes tomaron asiento y se pusieron a platicar. Las puertas se cerraron de un lado y se abrieron del otro. Entonces se levantaron y comenzaron a recorrer el vagón.