Balazos en el pie
El debate del domingo arrojó la certeza de que López Obrador no es invencible, su triunfo no está asegurado y nada está escrito para el 1 de julio.
Su huida del Palacio de Minería al finalizar el encuentro, cabizbajo y sin despedirse de nadie, es la prueba fehaciente de que él sabe que perdió.
¿Eso es suficiente para que pierda la elección? La respuesta es categórica: no.
A López Obrador sólo se le va a ganar si la contienda se polariza entre dos.
No alcanza el voto opositor al proyecto de López Obrador si éste se atomiza en dos o tres opciones.
Y el proyecto de AMLO lo pudimos escuchar, en parte, en el debate del domingo: amnistía para criminales y cero idea de qué hacer contra la inseguridad, salvo formar una comisión que estudie el problema e invitar al Papa Francisco para que se integre a ella.
En combate a la corrupción no tiene la más remota noción de cómo hacerlo, más que repetir el esquema del Distrito Federal cuando él lo gobernó, y lo puso en el primer lugar de las entidades más corruptas del país, donde los secuestradores tenían escolta oficial de la Procuraduría de Justicia capitalina.
Pobrísima su propuesta económica, que se limitó a criticar el Pacto por México y la reforma energética, que sus asesores económicos dicen que está bien, pero él la acusó de entregar el petróleo al extranjero.
López Obrador fue un desastre en el debate, y quedó claro que si gana será también un desastre para México.
El problema es que sí puede ganar si no hay generosidad entre quienes creen en la economía abierta, en las libertades individuales, en instituciones autónomas, separación de poderes, en la democracia representativa y no en la que se practica a mano alzada en el Zócalo capitalino.
México no se puede arriesgar a un experimento que termine como el venezolano, con un autoritario en el poder e inflación, en dos años, de un millón 800 mil por ciento (El País 18-4-18). Por ejemplo, un boleto del Metro que hoy cuesta cinco pesos, en dos años costaría 90 mil pesos.
Es una mala noticia que los representantes de esas corrientes democráticas y liberales, fundamentalmente José Antonio Meade y Ricardo Anaya, se enfrentaran de manera ruda la noche del domingo.
Llegaron con un adversario claro y natural: AMLO. Pero terminaron enganchados ambos en un pleito que sólo sirvió al exponente de un proyecto fracasado y del que venimos huyendo, aunque las nuevas generaciones no lo sepan.
El tema Meade-Anaya ya se hizo personal, justo cuando llegó el momento de concretar acuerdos para salvar al país del caos.
A Anaya lo atacaron con el tema de la hipoteca para la nave industrial. Eso estuvo bien cuando AMLO no despegaba como lo ha hecho.
El revire a Meade fue con rudeza desmedida, aunque mediáticamente efectivo, al presentarle una foto donde aparece con César Duarte y un pastel de cumpleaños.
Nada de eso sirve ahora, porque es disputarse el segundo lugar y se trata de sostener a México en la ruta de las libertades y de la democracia.
Tiene defectos nuestro modelo. Muchos. Desde la corrupción y la violencia, a la política social individualista y hasta la reproducción de la desigualdad. Eso se puede corregir. Lo otro, el modelo del regreso al pasado, no. Es empeorarlo todo, sin salida.
Alguien tiene que ceder. O varios. No se trata de declinaciones, sino de acuerdos políticos básicos que le faciliten las decisiones a la ciudadanía para evitar el riesgo de que México caiga en manos de un iluminado que derrumbe lo bueno que hemos construido en 30 años y exacerbe lo malo, nos lleve a la ruina económica y al odio social, sin posibilidad de reversa ni de corrección.