Balazos en el pie
La erupción del “volcán de fuego”, en Guatemala, provocó hasta hoy la muerte de 121 personas. Es posible que se incremente el número de víctimas ya que se trata de una de las mayores tragedias naturales del siglo.
A su vez, en Nicaragua, la represión policiaca y militar del dictador Daniel Ortega ha causado 135 muertos; jóvenes que participaban en protestas contra la política social de un dictador que –paradójicamente–, llegó al poder en calidad de guerrillero cabeza de una revuelta contra la dictadura Somoza.
La cifra de muertos también puede aumentar en Nicaragua ya que no hay indicios de que el dictador retroceda en sus dictados nada democráticos, a pesar del rechazo general.
Por su parte, en México, desde septiembre de 2017 y hasta hoy han sido asesinados 113 políticos –en todo el territorio nacional–, incluidos candidatos a puestos de elección popular, precandidatos, alcaldes, regidores, síndicos, militantes y dirigentes partidistas.
En todos los casos los crímenes están vinculados de manera directa con el proceso electoral de julio de 2018 y, casi todos, llevan el sello de las bandas del crimen organizado.
También en el caso de las víctimas del proceso electoral mexicano se puede incrementar el número de muertos ya que aún restan 16 días, antes de las votaciones del 1 de julio.
Pero la pregunta obliga. ¿Qué tienen que ver eventos distintos, distantes, desvinculados entre sí y, sobre todo, con orígenes tan diversos?
Precisamente eso; que a pesar de la distancia y lo distinto de los eventos –uno natural, otro sociales y el tercero políticos–, asistimos a fenómenos igual de mortales para la sociedad.
Dicho de otro modo, resulta que en la joven democracia mexicana un proceso electoral que debía ser ejemplo de civilidad y cultura democrática, es igual de mortal que el estallido impredecible de un volcán o que la represión de un dictador.
Lo cuestionable es que si bien los eventos naturales son incontenibles e impredecibles, el número de muertos en una elección como la mexicana es similar. ¿O será que el crimen organizado es tan mortal como el estallido de un volcán?
Pero resulta peor la comparación con los actos represivos de una dictadura, como la de Nicaragua. Una elección democrática, como la mexicana, es tan mortal como la represión del dictador Ortega?
Está claro que resulta difícil comparar eventos y fenómenos como una elección, el estallido de un volcán o la represión de un dictador. Sin embargo, la similitud en el número de ciudadanos muertos resulta una poderosa llamada de atención al “valemadrismo” de partidos, autoridades, políticos y, sobre todo, intelectuales mexicanos.
¿Por qué a ninguna de las mentes brillantes se le ha ocurrido analizar a
fondo la causa y el efecto de una elección con más de un centenar de muertos? ¿por qué prefieren el silencio o la complicidad? ¿La mexicana es una narco-elección?
¿Será que los intelectuales cuidan su trasero para caer sentados en el sexenio por venir?
Al tiempo.