Balazos en el pie
El presidente electo quiso tomar el micrófono y marcar la agenda cinco meses antes de asumir el cargo y se ha enredado en sus propias palabras.
Ni la prensa es fi-fi por citar las incongruencias en que incurre, ni los empresarios son unos camajanes por disentir de él.
Se le olvida a López Obrador que como presidente electo y en funciones, que lo será dentro de poco, debe respetar la crítica y guardarse sus insultos por seis años.
Nadie le inventó nada. Fue él quien dijo que México se encuentra en “bancarrota”.
Para nada le importó faltar a la verdad y contradecirse en cuestión de días.
No capta que sus equívocos retóricos pudieron llevar a una brusca devaluación de la moneda.
O provocar huida de capitales de este país “en bancarrota”.
Y a la pérdida de confianza en los inversionistas internacionales.
Afortunadamente nadie en México ni en el exterior lo tomó en serio, pero ya como presidente el efecto de sus excesos verbales será otro.
Tiene todo el derecho a debatir con los medios de comunicación, sus directivos y quienes informan u opinan, pero no tiene derecho a insultar.
Hablando se entiende la gente, y no es propio de un presidente faltarle el respeto a empresarios llamándolos camajanes (holgazanes que viven del trabajo ajeno) por contradecirlo.
Su presidencia no será únicamente de aplausos y aciertos.
Ojalá se merezca muchos, pero el marcaje de los medios a su acendrada tendencia al autoritarismo debe estar presente en todo momento, al menos entre quienes no piensan como él.
Y los mercados le harán marcaje a su política económica, pero no le van a prevenir los errores, sino que se los van a castigar.
Las recientes contradicciones del próximo presidente de “un país sin crisis financiera” al próximo presidente de “un país en bancarrota”, nos revelan signos preocupantes.
Se da cuenta -y esto interpretaron algunos empresarios a los que llamó camajanes- que no va a poder cumplir con todas sus promesas de campaña.
La realidad le empieza a decir que gobernar al país no será tan fácil como criticar y oponerse a todo.
En consecuencia, se pone nervioso y reparte culpas por anticipado.
Lo más preocupante del caso es que si así reacciona ante la posibilidad de no ser un presidente tan grande como se lo ha propuesto, qué va a suceder cuando la realidad ponga límites a sus promesas y se tropiece en economía y en seguridad.
Ya nos anticipó quiénes pagarán esos platos rotos: la prensa, los empresarios y el Banco de México.
En sus ataques a “la prensa fi-fi”, y a los emprendedores privados “camajanes” que discreparon de su diagnóstico, López Obrador hizo un llamado en el aeropuerto de La Paz: “entiéndanlo, fracasó el neoliberalismo”.
Tal vez tenga razón en parte, y los electores le dieron su respaldo en esa visión del desarrollo del país. O quizá él y sus votantes se equivoquen. Lo importante es preguntarle qué sigue.
Si en su respetable opinión fracasó el neoliberalismo, lo que sigue es que lo cambie por otro modelo.
¿Cuál va a ser, presidente electo?
No hay claridad. Y tengo la impresión de que no ha sido claro porque no lo sabe.
O en caso de que sí lo sepa, lo tiene muy guardado.
Tome el rumbo que tome – AMLO tiene el mandato de los electores para efectuar un cambio profundo-, la prensa y los periodistas tienen derecho a criticar y opinar lo que piensen sin recibir insultos del presidente.
Esa actitud prepotente, viniendo de la máxima autoridad del país, se trasmina a sus seguidores más fanáticos.
Cuidado, tal vez tengamos que lamentar situaciones indeseables, instigadas de manera involuntaria por un presidente enojado o enredado con sus palabras y sus promesas.