Libros de ayer y hoy
Como todo presidente, Enrique Peña Nieto deja un legado de luces y sombras.
En menos de un mes habrá otro mexicano sentado en la silla presidencial, y antes de que ello ocurra vale la pena dedicarle dos entregas al mandatario que se va.
Luces: Creó cuatro millones de empleos formales, en buena medida producto de la reforma laboral que sacaron adelante priistas y panistas, la alianza política que ha permitido avanzar al país (no olvidar que se detestan entre ellos, pero desde 1988 habían sido capaces de sumar cuando se trata de México, salvo en la pasada elección presidencial) en los últimos 30 años.
Nos dejó una reforma educativa que eleva la calidad de la enseñanza pública.
Los maestros se evalúan para ascender, aumentar sus ingresos y obtener plazas. Antes eso estaba en manos de camarillas sindicales y políticas, en detrimento de la niñez mexicana.
Hoy, 206 mil maestros han obtenido una plaza o un ascenso exclusivamente por concurso, es decir por méritos académicos.
Concretó una reforma energética que ya tiene comprometidos alrededor de 200 mil millones de dólares en inversiones para explorar y explotar yacimientos en aguas profundas y recuperar esa riqueza a la que, el Estado sólo, no podía acceder por falta de recursos.
Nos dejó una reforma en telecomunicaciones que abarató la conexión entre mexicanos, se acabaron los pagos de larga distancia y casi toda la población no infantil tiene un celular en la mano y se conecta al conocimiento global en internet.
El poder adquisitivo del salario creció 17 por ciento en el sexenio.
Más de dos millones de personas salieron de la pobreza extrema.
La inversión extranjera sumó más de 192 mil millones de dólares, cifra histórica.
Histórica fue también la tasa de inflación, por baja.
Tuvimos 35 trimestres de crecimiento económico ininterrumpido.
Más ciudadanos que nunca en la historia tuvieron acceso al crédito para la vivienda popular a través del Infonavit.
Peña Nieto deja a un país bajo techo.
Puso a México como la sexta potencia turística del mundo.
Exportamos más manufacturas que todos los países de América Latina juntos.
Hoy tenemos una balanza comercial agropecuaria favorable, como no había ocurrido nunca antes en la historia.
Salvó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que había sido sentenciado a muerte por el anti mexicano presidente de Estados Unidos Donald Trump.
Nunca se enganchó en la polémica tuitera con el estrafalario y prepotente mandatario de EU. Y cuando habló con él, en público y en privado (luego se dieron a conocer esos diálogos), lo hizo con decoro y a la altura de la representación de un gran país.
Marcó distancia del gorilato venezolano. La cancillería recibió a las familiares de presos y perseguidos. En los foros internacionales México estuvo del lado correcto: el opuesto a Maduro.
El país tiene finanzas sanas y crece con mayor rapidez que el promedio del resto del mundo.
La deuda externa es manejable y se encuentra en los menores rangos de los países de la OCDE, con respecto al PIB.
En el Banco de México deja cerca de 180 mil millones de dólares de reservas para la siguiente administración.
Pero sobre todo lo anterior, subrayo que Peña Nieto fue un presidente de buena fe, que gobernó sin odios ni rencores.
Jamás usó la publicidad oficial para extorsionar a los medios de comunicación y financió aún a los más adversos a su persona y a su proyecto, pudiendo no hacerlo.
Nunca reprimió a los movimientos sociales.
Fue un demócrata en toda la extensión de la palabra.
Esas son las luces del presidente que se va en unos días.
También hubo errores y sombras, como veremos mañana.