
El Pueblo Decide: Una Nueva Justicia para México
La democracia, la justicia y los derechos humanos constituyen los pilares fundamentales de cualquier sociedad que aspire a ser libre, equitativa y sostenible. No se trata de conceptos decorativos, sino de principios sustantivos que deben orientar la organización del poder, la aplicación de la ley y la protección de la dignidad humana. La realización plena de estos principios enfrenta, sin embargo, obstáculos estructurales que es necesario visibilizar y transformar.
En muchas democracias contemporáneas, particularmente en contextos de alta desigualdad social, la participación ciudadana se ve limitada por prácticas clientelares, la corrupción persistente y una fuerte concentración del poder económico y político. La democracia pierde legitimidad cuando se convierte en una formalidad electoral, sin mecanismos efectivos de control ciudadano ni espacios reales de deliberación pública.
La baja participación ciudadana, la falta de transparencia en la gestión pública y el uso faccioso de las instituciones minan la confianza colectiva. Urge consolidar una democracia participativa, que empodere a la ciudadanía mediante esquemas de gobierno abierto, presupuestos participativos y una auténtica fiscalización social. Sólo así podrá combatirse la percepción –y la realidad– de una democracia secuestrada por intereses privados o corporativos.
Uno de los grandes desafíos es la distancia entre la justicia formal y la justicia real. En la práctica, el acceso a la justicia sigue siendo un privilegio reservado a quienes cuentan con poder económico, influencia política o capacidad de negociación. Esta realidad contradice el ideal de un Estado Social de derecho imparcial, en el que toda persona pueda defender sus derechos con igualdad de condiciones.
Es imprescindible fortalecer el sistema de defensoría pública, especialmente en zonas marginadas, y garantizar que jueces y ministerios públicos actúen con imparcialidad. Muchos procesos judiciales son inaccesibles, largos y costosos para las mayorías, lo que profundiza las condiciones de desigualdad estructural.
Asimismo, es necesario revisar el diseño institucional de los órganos de procuración y administración de justicia. Los ministerios públicos, en particular, suelen ser el primer eslabón de la cadena de corrupción e impunidad. Democratizar su designación, evaluación y actuación es tan importante como hacerlo con jueces y magistrados.
Los derechos humanos deben ser comprendidos no sólo como garantías individuales, sino como
instrumentos de transformación social. Su defensa no puede limitarse a la protección de minorías
o grupos vulnerables, aunque esto sea crucial. Es indispensable vincularlos a la lucha contra la desigualdad, la erradicación de la pobreza extrema y la construcción de un entorno digno para
todas las personas.
No puede hablarse de derechos humanos en sentido pleno si no se garantizan salarios justos, acceso al agua, vivienda digna y un medio ambiente sano. Esto implica revisar las políticas públicas y las concesiones privadas que han privilegiado el lucro sobre la vida, como ocurre en el caso del agua, la expansión inmobiliaria sin control ambiental o los proyectos extractivos impuestos sin consulta.
Proteger los derechos humanos implica también crear mecanismos eficaces de prevención y sanción frente a las violaciones cometidas tanto por actores estatales como por particulares. Los organismos públicos de derechos humanos deben contar con autonomía, recursos y legitimidad social para cumplir su labor.
Uno de los temas centrales para una transformación es: replantear los planes y programas de estudio de derecho con una sólida formación técnico jurídica y una convicción en la justicia social, será loable que en la elección de los integrantes del poder judicial, lleguen juzgadores con ese perfil, además se requerirá que los procesos sean públicos, transparentes y sometidos a audiencias abiertas donde se evalúen los méritos y la visión de justicia de los aspirantes. Debe eliminarse la injerencia de partidos políticos, poderes económicos y redes de corrupción.
La meritocracia con sentido social debe prevalecer sobre los favores políticos o los vínculos personales. Los concursos públicos deben ser realmente competitivos, considerando criterios como conocimiento jurídico, compromiso con la equidad, experiencia en derechos humanos y sensibilidad ante los problemas estructurales del país.
Es igualmente importante garantizar la independencia judicial, no solo frente al poder político, sino también frente a intereses empresariales o del crimen organizado. Para ello, se propone limitar la intervención del poder legislativo y ejecutivo en las designaciones, asignando mayor peso a órganos técnicos y ciudadanos efectivamente apartidistas.
El fortalecimiento de los órganos de evaluación debe ser parte del nuevo diseño institucional. Estos deben contar con participación ciudadana, académica y profesional, bajo criterios de independencia y rigor. No se trata sólo de vigilar la legalidad de los actos judiciales, sino de evaluar el impacto social de las decisiones, la eficacia de los procesos y la sensibilidad de quienes imparten justicia.
Además, deben incorporarse mecanismos de evaluación periódica, rendición de cuentas y revocación de mandato en casos graves de incumplimiento o corrupción. La función judicial no puede seguir siendo una élite cerrada e intocable, sino un servicio público orientado al bien común.
Una democracia sin justicia es vulnerable a ser manipulada; una justicia sin derechos humanos carece de legitimidad; y unos derechos humanos sin democracia se vuelven inoperantes. Estas tres dimensiones deben articularse de forma coherente para garantizar un Estado verdaderamente democrático con justicia social.
El reto es inmenso: se trata de democratizar el acceso al poder judicial, garantizar que la ley sirva para proteger y no para excluir, y que los derechos humanos sean efectivamente exigibles. Sólo así será posible reconstruir la confianza ciudadana en las instituciones y avanzar hacia una justicia con rostro humano, comprometida con la dignidad, la igualdad y la libertad.