
El poder
Para propuestas novedosas: el pasado. Se cumplen 20 años de que los gobernantes de #México sacaron al #Ejército a las calles con el brillante argumento de que “las policías civiles eran insuficientes o incapaces”.
El Senado de la República, el 1 de julio de este año, aprobó la Ley de la Guardia Nacional (GN) . Con 75 votos a favor y 32 en contra, se concretó el pase de la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) o –como acusó la oposición– su militarización.
A la oposición le faltó decir que no estaban de acuerdo en la militarización porque no es su militarización. Desde el 11 de diciembre de 2006, día en que el entonces presidente Felipe Calderón envió al ejército a Michoacán, en un combate frontal contra los poderes fácticos. Después, el presidente Peña Nieto anunció que el ejército se mantenía en las calles.
Gobiernos del PRI, PAN y Morena se niegan a entender una cosa: mantener al ejército en la calle para combatir el crimen no funciona. Es “un modelo de seguridad pública obsoleto”; su único argumento es la militarización de la función policiaca.
La nueva ley define al cuerpo de seguridad como una fuerza de seguridad pública permanente, profesional, integrada por personal militar con formación policial, dependiente de la Defensa.
El mando de la Guardia Nacional deja de ser civil para recaer en un general de división en activo, designado por el Ejecutivo federal a propuesta de la persona titular de la Defensa.
Se establece que podrá realizar labores de investigación e inteligencia para la prevención de delitos, en coordinación con las autoridades correspondientes, y podrá recurrir a la intervención de comunicaciones, geolocalización en tiempo real, así como a operaciones encubiertas y uso de identidades simuladas.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Realmente funciona tener al Ejército en labores de seguridad? La respuesta es NO.
“Lo que se afirma sin pruebas se puede rechazar sin prueba» es una expresión que se conoce como la «navaja de Hitchens». Por eso vamos a los datos duros.
El problema no es más o menos ejército en la calle. El problema es otro: la complicidad de algunos gobiernos con el crimen.
Esto requiere de un trabajo integral. Acabar con el mercado negro, no solamente de armas, reducir el reclutamiento de los jóvenes por parte del crimen, acabar con las extorsiones telefónicas y, desde los municipios, terminar con los negocios irregulares, organizaciones corporativas y clientelares.
Necesitamos políticas para la prevención social de la inseguridad y las violencias; de atención a las víctimas, búsqueda de desaparecidos y reconstrucción del tejido social de comunidades violentadas.
Medir la popularidad y los niveles de confianza es una buena herramienta. Pero son un espejismo. Popularidad y confianza no son eficiencia ni eficacia. Son como el reflejo de Narciso: para enamorarse de su propia imagen.