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En el debate público sobre salud en Latinoamérica, la prevención suele ocupar un lugar secundario frente a la atención de enfermedades ya existentes. Sin embargo, cada vez hay más consenso en que la salud integral –concebida de forma holística, más allá de la mera ausencia de enfermedades– debe apoyarse fuertemente en la prevención. Apostar por la prevención es una inversión social que salva vidas y recursos a largo plazo. Países como Finlandia, por ejemplo, lograron reducir hasta un 80 por ciento la mortalidad por enfermedades cardiovasculares mediante un enfoque preventivo basado en mejor alimentación, reducción del tabaquismo y chequeos médicos regulares.
El concepto de salud integral proviene de la definición de salud propuesta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1948: “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. En otras palabras, estar sano no significa solo no estar enfermo, sino disfrutar de bienestar en múltiples dimensiones. Hoy hablamos de salud integral para referirnos a ese abordaje holístico: abarca la salud física y mental del individuo, su entorno familiar y comunitario, y las condiciones sociales que le rodean.
Bajo esta visión integral, prevenir la enfermedad es tan fundamental como curarla. La dimensión preventiva de la salud implica anticiparse a los problemas antes de que ocurran o detectarlos tempranamente. En salud pública se distinguen tres niveles de prevención:
Prevención primaria: evitar la aparición de enfermedades o problemas de salud, controlando factores de riesgo (vacunación, alimentación, ejercicio, espacios libres de humo). Prevención secundaria: detección precoz y atención oportuna de enfermedades incipientes (chequeos médicos regulares, tamizajes). Prevención terciaria: reducir complicaciones en personas que ya padecen una enfermedad crónica o discapacidad (rehabilitación, programas de reintegración).
¿Por qué es socialmente importante prevenir y no solo curar? Porque la salud de la población es un bien público y un pilar para el desarrollo. Sociedades enfermas sufren pérdidas económicas y afectan su tejido social. La prevención reduce costos al Estado y a las familias, además de disminuir desigualdades, ya que las enfermedades golpean más a quienes viven en pobreza. Programas universales de vacunación o detección temprana ayudan a cerrar brechas. Además, la prevención prepara a la sociedad ante emergencias sanitarias, como lo evidenció la pandemia de COVID-19.
Lograr la salud integral con enfoque preventivo es una responsabilidad compartida. Cada persona juega un rol clave: hábitos saludables, autocuidado y asistencia a chequeos. La comunidad también participa organizándose para eliminar riesgos (ej. control del dengue) y promoviendo entornos saludables. El Estado tiene la obligación fundamental de garantizar las condiciones para la salud: servicios accesibles, políticas intersectoriales, entornos saludables y continuidad de los programas preventivos.
Garantizar la salud integral requiere pasar de reaccionar ante la enfermedad a anticiparse a ella. Invertir en prevención es construir un futuro próspero y justo para todos. Una población sana significa una sociedad más productiva, equitativa y resiliente. Como dice la OMS: “la salud es un derecho humano fundamental”. Apostar hoy por la salud integral es la mejor decisión colectiva que podemos tomar.