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CHIMALHUACÁN, Edomex., 25 de enero de 2014.- A sus 73 años de edad, Emerenciana López Martínez – defensora de mujeres – recuerda su niñez plena, sin carencias, en donde su padre le mostró el camino de la honradez, la honestidad, la lealtad y la lucha por la justicia hacia sus semejantes.
En entrevista con la presidente de la Asociación para la Defensa de Los Derechos Humanos y la Familia, señala que en Chimalhuacán lleva 30 años de lucha ya que inició en 1984, atendiendo casos de mujeres y familias que llegaba a colonizar la zona de Santa Elena en este municipio.
Viendo su pasado tras sus anteojos, Doña Mere,- como le dice de cariño sus amigos-, recuerda su niñez, plena y sin carencias.
«De niña fui hija de padre ganadero en San Luis Acatlán Guerrero, recuerdo mi niñez muy bonita, no me hizo falta nada, tuve de todo, tuve un padre muy consciente, muy honrado, muy legal porque nos enseñó a ser trabajadores, a no agarrar lo que no es nuestro», platica.
Sostiene que la generosidad con los demás la aprendió de su padre, Antonio López Pantaleón, quien dice que cuando se trataba de regalar, les decía: «vas a regalar algo, pues que te duela, no nada más es regalar porque sí, ten conciencia y regala algo que te duela», por ello Doña Eme, sostiene que su niñez no fue de carencia.
«Mi papá tenía ganado, tenía maíz, en tiempos de hambre, el daba maíz». Y a la gente que le decía: «regáleme una jicarita, y a pesar de que compraban un cuartillo, él siempre les daba una jicarita más de maíz».
Doña Emerenciana recuerda a su madre María Martínez Rivera, y a sus 13 hermanos, de quienes dice que hasta ahora sólo sobreviven cuatro: Gonzalo, Petra, Fredy y yo.
APRENDIÓ A LUCHAR EN SU PUEBLO
«Ya venía yo con el espíritu de lucha, porque en mi pueblo en Guerrero había trabajado en la iglesia cuando se empezó a levantar el templo, entonces yo fui con mi papá que era fundador de la iglesia de San Luis, ahí andaba yo de «metiche». Fui a los pueblitos a hacer bailes, a pedir limosna para la iglesia; nos daban gallinas, chivos, nos daban puercos y ya, los subíamos a los burros y llegábamos «padre aquí está lo que se juntó» y el comisionaba a gente para que los vendieran»,- cuenta Doña Mere con nostalgia y reafirma: «siempre me ha gustado luchar».
Sentada en su silla de ruedas, Emerenciana sigue con sus recuerdos como sí los viera danzando frente a sus ojos, lo que la hace reír mirando hacia su pasado; «entonteces se estaba levantando la iglesia cuando me vine, mi papá me mando a ver a mis hermanos.
«Me vine más por necesidad, y ya me quedé, yo busque mi vida y hasta ahorita estoy aquí en Chimalhuacán».
Platicó que salió de su pueblo porque sus hermanos estaban estudiando en México, «Mi papá me mando porque ellos estudiaban, y cuál estudiantes nadamás andaban brincando la manzanilla»; por eso se tuvo que quedar, para intentar encaminarlos, ya que sus hermanos primero estaban en un seminario de Chilapa Guerrero, pero a la mera hora se cambiaron a la Ciudad de México para trabajar, «pero al ver yo que ellos no eran responsables y les gustaba «el Chupe», yo me puse a trabajar y desde ese momento yo he estado trabajando.
Con sus maletas doña Mere llegó a la Ciudad de México a los 22 años, vivió e colonia Oriental, trabajo en un taller de suéteres, ya que en su pueblo sólo estudio hasta el tercer año de primaria.
Como toda persona de provincia que llega a la gran urbe, para Doña Mere su encuentro con la ciudad fue difícil, «pero le busque y le busque y ya me puse a trabajar, de ahí me busque un compañero, el papá de mis hijos, me junte con Vicente Guillén López, que va a hacer un año que murió.
LLEGA A CHIMALHUACÁN
«Llegue a Chimalhuacán, porque el ,-su esposo-,me dijo que aquí en Chimalhuacán vendían terrenos, que si me animaba, porque él trabajaba en tráiler de carga pesada, y ya me anime, era el único cuartito que están en todo el llano y ahí me quedaba yo con Alejandra, – su hija-, esto fue en 1984.
Desde ahí comenzó la luchar por la supervivencia no sólo de ella, si no de las vecinas que como ella se estaban estableciendo en la parte baja de Chimalhuacán.
CASOS RELEVANTES
A su llegada a Chimalhuacán Doña Mere comenzó a defender a la gente, había mucha injusticia, la gente se me acercaba para ver que hacía porque había violaciones, robos, golpes, asesinatos.
«Aquí atendí a la gente del caso del Mandibulín, que violó a dos niñas y a otra la asesinó, lo fuimos a agarrar por los Pirules, tenía a tres niños en un charco de sangre, al final luego de una larga lucha de las mujeres, la policía lo detuvo.
Otro caso fue el del «Pista», le decían así porque su primer apodo fue «El Pistachón», era un cobrador de «los chimecos» que violó a varias chamacas que regresaban de trabajar, también luego de tanta demanda lo cazaron y lo detuvieron.
Más reciente fue el secuestro de «Los Taqueros», cuya hermana fue plagiada y tenían amenazada a la familia, también ya están en la cárcel.
Y el último caso más reciente es el secuestro de un señor, pagaron el rescate y lo mataron, pero la policía no ha hecho nada y hasta han amenazado a la esposa que pide justicia.
«He tenido muchos casos, unos chiquitos, pero todavía ahí ando buscando ayudar a la gente, ahora ya me es más difícil, pero me ayuda Fidel que es quien se encarga de ir a donde se necesita, cuando puedo lo acompaño», dice Doña Mere dirigiéndose a Fidel.
COMO VALORA LO HECHO
Para Doña Mere que ya siendo mayor pudo terminar su educación primaria, la labor que ha realizado no le parece suficiente, » a veces digo que no he trabajado como debe de ser, yo a veces me juzgo y digo que me falta todavía mucho, pero le doy gracias a dios que lo poco que he hecho es de provecho».
Esto lo dice porque considera que ha ayudado poco a la gente; «a veces digo que quisiera ayudar más, pero yo creo que he ayudado a la gente más pobre, la que no sabe, la que no puede, entonces cuando menos esperan te vienen a ver, te vienen a visitar, eso me llena de alegría y me da más energía», señala.
A sus 73 años Doña Mere considera que su salud es pésima, porque en año nuevo estuvo con bronquitis y ahorita anda “mal del estómago», dice, considerando que su salud se ha visto mermada por la diabetes, lo que se ha complicado con la fractura de un pie del cual está convaleciendo.
«Ahora acomodando, el pie en el suelo verás que ni me van a detener», dice Doña Mere soltando una sonrisa.
EL SACRIFICIO DE AYUDAR A LA GENTE
Para Doña Eme, el pasar más de 30 años ayudando a la gente le ha significado alejar a su familia, «a mi familia no le gusta que haga yo esto, mis hijos siempre me han reprochado, siempre le han echado la culpa a la gente, que por eso estoy enferma y siempre todo me hace daño», dice Doña Mere.
Quien se niega a aceptar estos regaños, «pero yo no acepto, yo, mi forma de ser es darle la mano a la gente», dice agregando que no pueden evitar ayudar a sus semejantes y eso le ha costado que le dejen sola, «pues tú le sirves a la gente, que la gente te vea», le dicen sus hijos, a lo que Doña Mere responde, no hay necesidad, dios dirá.
Luego de 30 años, señala que sus hijos ya están grandecitos, «que se atiendan solos, ellos tiene su vida echa ya».
Asegura que no se siente sola, «no porque no me vengan a ver, voy a dejar de trabajar, no yo sigo trabajando.
Y llena de vigor afirma: «Yo digo que voy a morir en los hechos, porque eso me gusto, o sea yo no puedo dejar a la gente».
Doña Emerenciana obtuvo la presea Estado de México como defensora de los Derechos Humanos, esto le permitió arreglar su casa, aun así sigue trabajando, sigue recibiendo en su casa a mujeres maltratadas, les ha conseguido emplearse en sus domicilios, pero sobre todo les ha despertado el espíritu de lucha, el deseo de superarse y vivir mejor con su familia.
«Voy a morir de pie, porque esto me ha gustado hacer siempre», afirma con fortaleza desde su silla de ruedas, enfundada en un suéter negro.