Balazos en el pie
Los influjos del eclipse de hace unos días, hablando de un realismo mágico, se llevó este jueves el alma del escritor García Márquez, a continuar viajando por el universo, contando sus historias, que más allá de la prosa profunda y clara, abriera en América Latina un campo bastante amplio de nuevos lectores; es muy difícil en México, que alguien no haya leído un libro del Gabo; podemos decir, más allá de las estadísticas, que es un escritor bastante popular.
Uno de sus libros más famosos, como todos saben, es Cien Años de Soledad, sin embargo, hace muchos años leí que la Academia Sueca, que le diera el Premio Nobel en 1982, lo hizo bajo el hechizo de la novela llamada “La Mala Hora”, no importan realmente los motivos, sino la trascendencia de una coherencia sostenida en todos sus libros.
El Gabo decía que no tenía biblioteca, porque cada vez que terminaba de leer un libro lo regalaba, añadía que los libros debían circular y no estar presos en ninguna parte, con el fin de multiplicar lectores; en este mes donde se celebra y se le rinde homenaje al libro y a la lectura, es bueno recordar esta relación del Gabo con la escritura.
La primera experiencia como lector de Cien Años de Soledad, en mi adolescencia, fue como adquirir un sentido nuevo, de modo que ciertas cosas ya no eran únicamente lo que mis ojos veían, mis oídos oían, mi lengua saboreaba, mi nariz olía y mis dedos tocaban, sino que era además, lo que mi cuerpo entero descifraba, traducía, expresaba; es decir, todo lo que mi cuerpo leía.
De este manera fue como pasé a formar parte de esa familia de lectores de García Márquez y del boom latinoamericano, donde ya estaban Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa, entre muchos otros. La verdadera herencia de un escritor no son tan solo sus libros, sino esa comunidad invisible de lectores, diríamos, casi secretos, que seguirán siendo parte de esa “tribu” que cree en las utopías, y también en una sociedad más consciente de sus valores culturales y humanos.
Para disuadirnos de leer, se inventan las novedades para consumidores de libros bulímicos, que no tienen nada que ver con la memoria del pasado, intentando quitar prestigio al acto intelectual y recompensando la acción trivial y la ambición económica, proponiéndonos pasatiempos que se contraponen a la placentera y amistosa lectura.
Así como se oponen las nuevas tecnologías a la imprenta, y sustituyendo las bibliotecas de papel y tinta, arraigadas en el tiempo y en el espacio, con redes de información casi infinitas cuya mayor cualidad es su inmediatez y su desmesura, donde se confunde la información con el conocimiento.
En un mundo de sobreexplotación de todo, sobreconsumo, sobreproducción, que prometen un paraíso artificial, codicioso y glotón, la sosegada paz que ofrece un libro de García Márquez, como Memoria de misputas tristes, o El coronel no tiene quién le escriba, nos puede inducir a detenernos a reflexionar, a preguntarnos más allá de falsas opciones y absurdas promesas de nirvanas, qué peligros nos amenazan realmente y cuáles son las verdaderas armas para defendernos: somos nosotros los únicos posibles artífices del humanismo, como lo hizo el Gabo en 87 años de vida.