Balazos en el pie
Desde el principio de los tiempos la historia de las civilizaciones no se repite, si fuese así, seguiríamos en las cavernas; que las formas del poder se disfracen y que la gente no cambie en lo individual, porque prefiere ser parte de una ignorancia establecida, creyendo que todo es y debe seguir así, donde sueñan con recuperar un pasado de gloria y conseguir en el futuro esa grandeza tan esperada, es evadir, no comprometerse, no asumir la conciencia sobre lo que pasa en el presente, lo cual le sirve al poder que se sustenta en las promesas de un mañana que nunca llegó ni llegará.
No es una novedad que tantos años de desdichas y sacrificios hayan creado al “afónico”, al previsible que habla en susurro, pero que se cree dueño de la verdad, este personaje que se encuentra en distintos ámbitos, desde el más popular, hasta el más encumbrado, con una manera llana de proclamar que nada es posible de cambiar, con un escepticismo que se convierte en cómplice de un sistema opresor, alguien que carece de entusiasmo y que no se adhiere a ninguna causa, porque para él todas las causas están perdidas.
Ante personas ingenuas o con falta de autoestima, este “afónico” dirá que el nuevo dios de nuestro tiempo es el fracaso, ya que ante ninguna perspectiva, nos libera de compromiso, de culpas, de coherencia, de esfuerzos y de responsabilidades; sólo los representantes políticos elegidos, serán los culpables de cualquier fracaso, porque una historia de derrotas, cíclicamente se repetirá hasta el infinito.
Esta afirmación de fracaso del “afónico”, se transforma en el paradójico secreto del éxito del sistema, ya que la mayoría no tiene esperanza en nada. Decirle a alguien que recibe dos pesos de aumento salarial, que nada tiene sentido, le otorga un sentido al que escucha, al saber que su desgracia es compartida: asumir que la realidad es cíclica, que transcurre de fracaso en fracaso, a cualquiera lo transforma en un mártir más del pueblo, de la desesperación y del para qué “gritar”, hay que embriagarse y olvidar lo que sucede, personaje absolutamente fascinante en estos tiempos. Y lo más obvio es su rechazo a toda ética posible, al mínimo compromiso con la realidad en su vida diaria, su enanez mental sólo le permite entregarse al goce de la queja, al deseo fugaz, a la corrupción y a la negación impune de la solidaridad.
Nada puede esperarse del “afónico” sin compromisos vitales, sin embargo, llegó el día que el “grito” de otros afirma que las causas existen, que gritar remueve la monotonía y despierta la conciencia. Con el transcurso del tiempo, en suma, el “afónico”, inevitablemente, terminará por saber que su polaridad es el grito: ese aire vital expresado con toda la fuerza del cuerpo y de la utopía; de alguna manera, poner el grito en el cielo, es transformar la realidad con actos; creo que se vive, con lo que cada uno hace, para construir la belleza, la justicia y la armonía individual y colectiva, por eso, ante cualquier duda, uno debería preguntarse: ¿entonces, para qué vine a este mundo?