Balazos en el pie
Un misterio desde tiempos milenarios ha sido la idea del fin del planeta, las fechas se han cumplido y ninguna profecía se ha hecho realidad, porque a ciencia cierta, el fin del mundo es cada sístole y diástole al que está sometido el corazón, todo acaba y renace cada instante, la Tierra, el universo, están siendo creados y recreados en cada respiro, como cada uno de nosotros.
Apocalipsis, viene de la palabra griega apokalupsis, que quiere decir “revelación”, un sentido oculto de la historia y de la humanidad espera la “palabra sagrada” que la hará manifiesta. Así se revelará un destino que se prepara como testigo mudo de las desviaciones, de las corrupciones y de su impunidad. Llegará un día en que tendrá un juicio radical, y el juez tiene el recuerdo de todas las infamias, sin excepción, tanto si se trata de Dios, si se es creyente, como del veredicto de la historia. La revelación considera la creencia religiosa como un signo divino, en cualquier caso es necesaria la destrucción del viejo mundo, al que le habrá de preceder una especie de paroxismo del mal sobre la tierra.
Para quienes pretenden ante todo lograr la felicidad, las sociedades de miseria y de injusticia representan el mundo que hay que destruir. En la aventura colectiva de los hombres, el apocalipsis realiza su promesa oculta de justicia, transformación de las condiciones y de las situaciones: el mundo como es ya no puede continuar, para renacer tiene que desaparecer. En un proyecto revolucionario la justicia es un asunto de derecho y no de caridad, por muy pura que ésta sea. También existe el riesgo de confundir el radicalismo de una re-evolución con una destrucción total, cargada de arbitrariedad y de injusticia, que se presenta como previa a toda refundación. Aquí la hipocresía no tiene cabida. Desde 1789, con la revolución francesa, los hombres tuvieron que fundar de nuevo el orden social por sí mismos y no llegó la intervención de ningún Dios, invocado con demasiada frecuencia por los poderes opresores. Víctor Hugo escribe en la décima parte de Los Miserables: “Hay Apocalipsis en la guerra civil, todas las brumas de lo desconocido se entremezclan con esos resplandores salvajes”.
Es un difícil trazado el de la rectitud y de la coherencia: para ser de una sola pieza habrá que sortear el abismo de las limitaciones, pero la línea trazada de la conducta va poniendo sus propias señales de referencia, sin comprometer la libertad de pensamiento.
Regeneración moral o revolución política, el apocalipsis se convierte en la metáfora de la apropiación que los hombres realizan de su vida común, con o sin ayuda del Dios en el que algunos creen. Su radicalismo lo asemeja a una aniquilación, pero preservar a los justos requiere discernimiento. El apocalipsis cristiano es una destrucción selectiva y no puede perder a los inocentes. Es como si la justicia venidera, que sigue siendo posible bajo el proceso real que parece negarla, constituyera su sentido final. ¿Cómo cambiar un mundo que, con su maldad insensible, con su culto a la fealdad y a la ignorancia, se resiste a una realidad de justicia? Quizá, porque hay algo peor a que nos digan la verdad y es que tengan razón. (P.S.A.)