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La Polémica | ¿Le fallará MORENA Edomex a la presidenta?
Érase un país en el que reinaba la mentira. Nadie podía decir la verdad sin ser excluido de la comunidad. Había una familia que tenía muchas dificultades con su hijo pequeño, que se negaba a mentir. Todo era inútil, ni los razonamientos, ni los llantos ni la ira de su padres podían hacer que el niño mintiera.
El padre se decidió, advirtió a su familia, llevaría a su único hijo al río y lo ahogaría. En el camino el pequeño ya había adivinado su suerte, temblaba de miedo y en su terror, mientras se aferraba al cuello paterno, se orinó. El hombre sintió un líquido caliente que le corría por la nuca y exclamó: – ¿Qué es esa agua? – Es agua bendita de los ángeles- dijo el niño temblando. -¡Aleluya!- exclamó el padre- ¡Por fin ha mentido! Y, muy alegre, volvió con su hijo único a casa.
Es muy fácil, por no decir ocioso, encontrar múltiples relaciones de este “cuento chino” con la realidad. Nos hemos habituado a la ilusión y a la mentira: se sabe que el hábito es una forma inferior a la acción, se expresa como rutina, como una manera que escapa a la voluntad. Cicerón decía que era una segunda naturaleza: resulta ser una forma de pasividad, que se convierte en costumbre: sí, individual y colectivamente nos hemos acostumbrado a la mentira.
Lo que llamamos realidad está llena de formas concretas de poder que tienden a perpetuarse: la inmovilidad institucional, la herencia de candidaturas, el eterno retorno de la banalidad, del consumo, de la miseria, de la violencia y de los miedos: todo esto invade los espacios de la sociedad diciendo que habrá cambios, para que nada cambie. ¿Y los ciudadanos? La ciudadanía, es una categoría que se caracteriza por derechos y deberes vinculados a la participación en la vida de la ciudad. Supone gozar de libertad y asegurar la igualdad entre los conciudadanos; por eso, podemos hablar de una crisis de la ciudadanía, por el bajo nivel de politización, de exigencia con sus mandatarios electos, de ausencia de compromiso con los debates públicos, de falta de solidaridad con los que luchan por causas justas, priva el egoísmo, el individualismo, el ¡sálvese quien pueda!
Habituarse a la mentira nos conduce a la costumbre y de ahí a una servidumbre voluntaria. El poder de la mentira nos ha enseñado a servir: qué triste que ya nos acostumbramos al veneno de la servidumbre, nos tragamos día a día la mentira sin encontrarla amarga. (P.S.A.)