Balazos en el pie
Después de perder por diferencia de cuatro goles en una final, hablar de que el arbitraje fue factor de la derrota es, además de incongruente, una monumental falta de autocrítica. Sin duda, Miguel Herrera se equivocó. Sin duda, las declaraciones fueron hechas en el momento que las emociones y las frustraciones superan por mucho a la mesura y a la cordura. Pero no pienso satanizarlo, ni siquiera enjuiciarlo. Siempre he preferido a un técnico con temperamento, que a aquellos políticamente correctos.
Desperdiciar líneas y saliva hablando del tema es faltarle el respecto y atención a quien debe tener el más absoluto reconocimiento, el club León. Es campeón por méritos propios, porque fue capaz de no perder un solo juego en toda la Liguilla, porque en la final venció en casa y de visita, porque anotó más goles que ninguno de los ocho calificados. Nadie, absolutamente nadie les regaló absolutamente nada.
Los errores arbitrales existieron, por supuesto, pero incluso fue un golpe a los detractores del futbol mexicano que dudaban de un juego “limpio” y de que “dejaran” ganar al León, el equipo que retó al duopolio televisivo. Falló Roberto García al no marcar un penal sobre Sambueza, en la misma jugada que desencadenó la expulsión del “Maza”. Pero falló más Narciso Mina, que perdonó una, dos y tres ocasiones. Esas fallas sí cambiaron el partido, sí influyeron, sí le dieron rumbo. León llegó menos veces, pero no perdonó. Anotó en el momento anímicamente justo y mató.
América en desventaja de dos goles debía hacer un juego perfecto y no lo hizo. Perdonó a la ofensiva y se descuidó a la defensiva. León debía hacer un juego más inteligente, que vehemente, así lo diseñó, así lo definió. Sin poner el camión atrás, sí trató de no dejar espacios. Sabía que tendría oportunidades de tirarse a matar, partiendo del orden defensivo y así sucedió. Las que tuvo no las desaprovechó.
Matosas y Herrera jugaron su partido, movieron su baraja. Hoy todos cuestionan la aparición del desacertado Mina, pero que de haber definido las que tuvo lo hubieran entronizado como un “iluminado”. Dejar a Burbano en la banca, para muchos fue un atrevimiento, una renuncia a la vocación ofensiva del equipo leonés. Sin embargo, como se ganó en control y se liquidó al rival, ese movimiento de apostar por Loboa se convirtió en un acierto. El resultado final, las circunstancias del juego dictaminan al estratega vencedor.
Gana el León porque hicieron un gran trabajo en el escritorio con Jesús Martínez Murguía, que superó por mucho las expectativas generadas en su entorno. Es apenas un chamaco, pero no un “junior” sin futuro y está comenzando a escribir su propia historia. A “chuchito” le tupieron en las redes sociales al inicio del torneo porque “solamente” había traído a Boselli, mientras Pachuca desenvainó la chequera con singular alegría. Hoy el tiempo puso a cada quien en su lugar.
Creo que en esta final gana no sólo el León, gana el futbol. Se recuperó el americanismo y se revitalizó el antiamericanismo y eso sin duda es muy bueno. No podemos llamar fracaso a la derrota del América; dos finales en un año hablan del regreso al protagonismo y eso se le debe a Peláez y a Herrera, con todo y sus exabruptos. Muchos otros equipos grandes quisieran tener de esos “fracasos”.
Es momento de festejar y disfrutar para el equipo del bajío, para esa gran afición tan lastimada, tan castigada por tantos años. El título es más que merecido. Sin embargo, llega el camino más difícil y complicado… seguir en el camino del protagonismo, consolidarse, crecer, sin traicionar su espíritu… ese espíritu que les permitió lanzar su sexto gran rugido…
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