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CD DE MÉXICO, 10 de diciembre de 2013.- En la cuenca de México se localizan cuatro zonas hidrológicas con un sistema de acuíferos interconectados, que aporta 70 por ciento de los aproximadamente 78 metros cúbicos de agua por segundo que se requieren hoy día en la capital del país (uno por ciento proviene del río Magdalena y 29 por ciento del sistema Lerma-Cutzamala).
Como es de vital importancia tener información de las propiedades y la calidad del recurso, un grupo de investigadores del Instituto de Ecología (IE) de la UNAM, dirigidos por Marisa Mazari, realiza estudios vinculados desde hace varios años.
“Las propiedades del agua de los acuíferos de la cuenca de México dependen de la formación geológica del lugar y del tipo de suelo de las zonas de recarga, a través del cual se infiltra. Por citar dos casos, en el área del lago de Texcoco tiene más sales y en Iztapalapa es de color café debido al fierro y manganeso que contiene y que son arrastrados hasta el acuífero al momento de infiltrarse”, dijo la investigadora.
En cuanto a la calidad del recurso, se debe considerar que en la cuenca de México todavía hay zonas agrícolas, como Xochimilco y Milpa Alta. Así, el tipo de fuente contaminante en la superficie determina la amenaza, química o biológica.
En las aguas subterráneas puede haber elementos químicos naturales como sodio, potasio, manganeso y fierro; otros no naturales como metales pesados desechados por la industria y plaguicidas utilizados en zonas agrícolas.
En la actualidad, también hay preocupación por los fármacos provenientes de hospitales y del drenaje de casas habitación y por los productos de uso personal y limpieza. Todos ellos llegan a cuerpos de agua, alcanzan el líquido subterráneo y alteran su calidad.
Por lo que se refiere a agentes microbiológicos, en el recurso subterráneo se encuentran bacterias indicadoras, como las coliformes totales y coliformes fecales. Sin embargo, éstas integran un grupo muy pequeño y no son capaces de mostrar lo que sucede con otros microorganismos, como los virus y los protozoarios parásitos.
“Los virus son más pequeños que las bacterias, pero muchos pueden sobrevivir a la cloración. Los protozoarios parásitos son, en general, más grandes y resistentes que las bacterias, por lo que sobreviven con facilidad a esos procesos. De este modo, aunque el agua se trate y desinfecte, estos microorganismos siguen activos. En realidad, las normas dictadas para que tenga cierta calidad no reflejan las amenazas químicas y biológicas a las que estamos expuestos”, apuntó Mazari.
Entre las fuentes potenciales de contaminación de los acuíferos destacan los tiraderos de basura (llamados ahora confinamientos controlados), el drenaje, los sitios de almacenamiento de combustibles y los pozos que ya no se usan porque las tuberías se dañaron (pueden ser conductos directos hacia los mismos acuíferos).
“Recordemos que la Ciudad de México tiene drenaje superficial, subsuperficial y subterráneo y que al igual que las tuberías por las que se transporta el recurso limpio para uso humano, las del drenaje se dañan. Esto eleva las posibilidades de que las aguas negras se infiltren y lleguen a contaminar los sistemas de aguas subterráneas”, comentó.
Otro problema asociado es que las fuentes de abastecimiento no son constantes. Entonces, como las tuberías no están llenas todo el tiempo, no tienen presión positiva, sino negativa, lo que hace que succionen los contaminantes de las zonas por donde pasan.
En relación con el agua que recarga el sistema de acuíferos de la cuenca de México, proviene de las montañas y zonas boscosas de la periferia, pero estos bosques son talados y en los lugares que antes ocupaban se ha permitido el establecimiento de asentamientos irregulares, sin servicios como agua y drenaje.
“Estas fuentes potenciales de contaminación en los sitios de recarga son una bomba de tiempo que poco a poco tiene un impacto en la calidad ambiental, en general, y en la del agua, en particular”, señaló la investigadora.
Ahora bien, la Ciudad de México tiene algunas fuentes de abastecimiento superficial, como el río Magdalena, sin embargo, la mayor parte del caudal se va literalmente al drenaje.
De acuerdo con una medición llevada a cabo por Mazari y sus colaboradores, este río arrastró en la reciente época de lluvias más de un metro cúbico de agua por segundo, casi dos, pero sólo se aprovecharon 200 litros por segundo en la única planta potabilizadora que funciona en la actualidad (se llama Río Magdalena y se ubica entre el primero y segundo Dínamo).
En la cuenca de México se trata 10 por ciento del líquido residual que se genera, porcentaje que, en pleno siglo XXI, resulta muy bajo para la segunda megaciudad del mundo.
¿Qué pasa con el resto? Va a dar a los cuerpos de agua: canales, presas y agua de desecho que se dirigen hacia el norte de la urbe, hacia el Distrito de Riego 003, en Tula, Hidalgo. Desde luego, una buena parte se infiltra hacia los acuíferos.
Por ello, la investigadora opinó que la normatividad debería ser más rigurosa para que la industria trate su líquido de desecho antes de que lo vierta al sistema de drenaje y cuerpos de agua nacionales.
“Habría que ser más estrictos para que se cumplan las normas que ya existen y para que se actualicen, además, poner al día al personal de las dependencias y los laboratorios gubernamentales”, finalizó.