Balazos en el pie
…a averiguarlo fue a Cuba el Presidente Peña Nieto.
Fueron tres días de vacaciones pagadas a un pasado revolucionario congelado en el Parque Jurásico del Caribe, combinados con una suerte de peregrinación al santuario del apóstol de la izquierda latinoamericana, y con una inocua “cumbre” de 33 países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) atravesada en medio.
El vestigio del comandante Fidel Castro sigue siendo un imán político, símbolo de tiempos idos… y a querer o no, leyenda viva de un estado ideal que terminó en estado de coma.
Los encuentros y aburridos discursos de la Cumbre del CELAC fueron el precio a pagar por estrechar la mano del último protagonista de la guerra fría… bien valió la pena el sacrificio. Saludarlo era ahora mismo, porque después, quién sabe si habrá otra oportunidad.
Nada como conocer personalmente a Fidel, dueño del record mundial de haber ponchado en orden a once presidentes gringos –si me permite el símil con el rey de los deportes–: Eisenhower, Nixon, Kennedy, Johnson, Ford, Carter, Reagan, los Bush –padre e hijo–, Clinton y Barack Obama… para quienes el líder cubano fue mucho más que un dolor de cabeza.
Fidel, Fidel, que tiene Fidel, que ni los americanos pudieron con él…
Fidel Castro será un hombre decadente o decaído –según se quiera ver– cuya imagen domina una revolución acabada, aletargada… catatónica –ha dicho alguien–. Y es cierto, pero Fidel también es el único latinoamericano en toda nuestra historia continental cuyo desafío ha resultado una victoria de medio siglo y piquito, especialmente contra “el imperialismo yanqui” –dirán quienes aun no renuevan su lenguaje–.
Como suele ocurrir con Fidel Castro desde su dizque retiro del escenario del poder cubano –en 2006–, importan poco los temas que Peña Nieto haya tratado con él; si hablaron de política, de beisbol o de aquella relación entre el líder cubano y los viejos gobiernos priistas… es lo de menos.
La versión oficial –ilustrada con la foto del saludo– puede hablar del relanzamiento de relaciones con nuestra tercera frontera, de pegar los pedazos de la taza de las históricas relaciones, rota por los gobiernos panistas… desde aquél célebre “comes y te vas”.
Algunos más profundos, entenderán que la visita de Peña Nieto a Fidel es una jugada con visión de futuro, ahora que la isla lo es más que nunca, por el bloqueo estadunidense desde hace 54 años y huérfana desde la muerte de la URSS y la reciente ausencia del venezolano Hugo Chávez… quien les vendía petróleo a precio de risa.
Analistas más cursis podrán tejer complicadas teorías sobre el interés mexicano de retomar liderazgo en América Latina…
Todo eso está bien. A nadie podría extrañarle una estrategia de nuestra cancillería por reposicionar al México en Cuba sin la derecha panista de por medio.
¿O le vamos a regalar la oportunidad económica y diplomática a las gobernantas de Brasil o Argentina las cuales pretenden el amor de Cuba en exclusiva?
Si México quiere ver al futuro de Cuba, no puede pelearse con el pasado, ni mucho menos con el presente. En tal sentido, el viaje de Peña Nieto cumplió un objetivo inmediato: estrechar la mano de un gigante, quien ya gobernaba cuando el Presidente de la República aun no había nacido.
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