Balazos en el pie
¡Corrupción e impunidad¡ Así deben resumirse los hechos ocurridos en Iguala, Guerrero, en donde jóvenes estudiantes, deportistas y ciudadanos fueron acribillados por policías y sicarios y cuyo resultado se traduce hasta el día de hoy, en seis muertos y 43 normalistas desaparecidos.
La tragedia de Iguala no es sólo un botón de muestra de la descomposición social a la que han llevado al país la clase política mexicana. No. Es una tragedia nacional que refleja la realidad de lo que acontece, en diversos grados, a lo largo y ancho del territorio nacional.
Sólo la magnitud del incomprensible crimen ha podido detonar la atención de una hastiada sociedad que a ratos pareciera haber perdido su capacidad de asombro, ante la cotidianidad de los eventos criminales que a diario contempla.
De extrema gravedad resulta saber que ya no son enfrentamientos entre bandas delictivas, o entre corporaciones policiacas y delincuentes las que como “daños colaterales” causan muertes de civiles inocentes, sino de delincuentes y policías en contra de la sociedad; más grave aún resulta escuchar por enésima ocasión el discurso mediático de las diversas autoridades manifestando su decisión de llegar hasta las últimas consecuencias para encontrar a los culpables y aplicar todo el peso de la ley; de utilizar toda la fuerza del estado para no permitir que semejantes atrocidades queden sin castigo.
De igual forma, por demás patéticas, las declaraciones y posturas de las fuerzas políticas para el control de daños, deslindándose y pidiendo perdón a la sociedad en un afán de salir de la crisis conservando sus posiciones políticas y viendo más al inmediato futuro electoral que a la tragedia misma.
“Lo que de noche se hace, de día aparece”, sentenciaba repetidamente el emérito maestro Rafael C. Haro, (formador de muchas generaciones de michoacanos en el Tecnológico, en la Universidad y en la Normal de Morelia), para evidenciar a diario que los acontecimientos no son fortuitos; son el resultado de acciones y antecedentes que muchas veces se tejen en la tenebra y en la obscuridad de la noche; sin embargo, lo que ahora tenemos ante nuestros ojos fue construido a plena luz del día; eso sí, bajo la indiferencia y omisión de unos, y lo más grave, con la complicidad y colusión de otros.
El problema de las fuerzas políticas en México, es que no hay quien tenga autoridad para arrojar la primera piedra. El poder los hace iguales y en cuanto se hacen de él, olvidan principios y promesas, confiados en que la sociedad mexicana carece de memoria histórica y los hechos pronto se olvidan.
Frente a estos hechos sin nombre en los que hay muchas más interrogantes que respuestas, no puede escapar la rememoración de Acteal, de Aguas Blancas, de San Fernando, de Pasta de Conchos, de la guardería ABC, vamos, de la Plaza Melchor Ocampo aquí en Morelia, hechos que han pasado a ser sólo estadística de la violencia, sin que haya habido justicia, bueno ni siquiera reparación y ayuda a los afectados. Por ello, sólo nos queda reflexionar y preguntarnos: después de Iguala, ¿qué sigue?