Balazos en el pie
Nadie conoce el final de su existencia, porque no se puede escapar del destino. ¿Cuántas veces nos hemos preocupado en vano por ello, mientras la realidad moldea poco a poco nuestra vida? Cronos, el tiempo de los mitos griegos, devora a sus propios hijos: así pasa la humanidad con sus gestos, sus deseos, sus esperanzas, ya lo decía Plotino “cuando muere un hombre, no muere sólo un cuerpo, sino los sueños, las luchas, las pasiones, y un rostro que en el universo no se repetirá”.
En cierto modo cada instante estamos respondiendo a la pregunta de saber qué vida queremos vivir, entonces es cuando toda acción se carga con su propio sentido. Lo que somos no puede considerarse más que presente, ya que no hay otra manera, y esa será la voluntad en sí misma, en movimiento, tal como se despliega en la múltiple realidad.
Un modelo es Sócrates, quien tuvo la sabia grandeza de poder elegir: su vida fue una búsqueda de la verdad y de la justicia, aunque esto lo llevó a decidir su muerte, tuvo a lo largo de los años una exigencia que le dio sentido a su pensamiento. No transar con la verdad significa rechazar las pretensiones de lo obvio y de lo falso, de la seducción engañosa, de lo superficial que nos conviene.
Está claro que el regreso permanente a tener conciencia del vivir, tiene que ver con un amor incondicional al destino: amor fati: al hombre le corresponde vivir, morir, gozar, sufrir, y ninguna maldición se aferra a esta certeza, sólo la improbable felicidad eterna o el terror de un infierno eterno, que no es más que soberbia humana: somos tan insignificantes ante el universo que ¿quién se siente tan importante en esta breve vida, como para merecer un castigo eterno o una felicidad eterna?
A los sofistas, a los retóricos, a todos los políticos, Sócrates les resulta incómodo, a esos que halagan y promueven la sumisión, la pasividad de los hombres a los que pretenden dominar, de este modo la ambición no encuentra ninguna resistencia, la injusticia adquiere forma legal, ya que el derecho no ha podido impedir el rumor ni anular los efectos de la ignorancia y del discurso propio del prejuicio. ¿Vale la pena el sacrificio de tantos años? ¿Lo que hemos decidido ser y el tiempo concedido a la coherencia? Queda claro que el hecho de traicionar a toda una vida, tan solo para intentar prolongarla de una manera servil, significa también perderse y suicidarse, sólo que más lentamente. Sócrates no se vende, a pesar de las presiones de sus amigos.
¡Cuánta dignidad nos falta para ser coherentes entre el decir, el sentir y el pensar, ser verdaderamente humanos, pasionales y con firmes convicciones!
El filósofo, Maestro Sócrates aprovecha la situación para confirmar una vez más “la libertad de elegir” lo deseado, lo que rodeaba a su estilo, y que es una de las expresiones más altas de la belleza. Esa elección se hace siempre frente a la muerte o en la vida diaria: una afirmación del sentido, de una manera de ser, una sabiduría re-evolucionada del pensamiento humanista. (P.S.A.)