Balazos en el pie
Los que tienen el miedo en el cuerpo y en la mente, son aquellos que no se atreven a vivir, a pensar por sí mismos, todo el tiempo están atribuyendo sus males económicos, políticos, amorosos y sociales a los avatares de un sistema que tiene que lidiar sólo con “algunos funcionarios corruptos”, que le hacen mal al país, no a un poder viciado y decadente, ni a la falta de ética ni de valores.
¿Cuántos de ellos sintieron que decir la verdad en el trabajo traería consecuencias nefastas, algo como que el despido estaba cerca? Entonces se prefiere vivir en la mentira, en el autoengaño, en la falsedad que se les propone.
¿Cuántos a los que les prometieron un mejor nivel de vida, creyeron en la superstición de que era posible? ¿Cuántos que al enfrentarse a la realidad cotidiana concreta de gastos y de sueldos congelados sintieron que fueron víctimas del engaño de la propaganda?
La autosugestión, con respecto a la buena o mala política, ha sido definida como una deformación del sentimiento, sustentado en el temor y la ignorancia, a la cual contribuye mucho la enajenación consumista y la religión mal entendida. Cuando una persona no puede o no sabe satisfacer sus necesidades espirituales o materiales le atribuye todos sus males a la mala estrella de su destino, nunca a sus propios errores o decisiones al elegir a la hora de votar.
Hay personas que sólo tienen fe en la superstición de la democracia: ¿Cuántos condenados a trienios y sexenios de mala suerte, por volver a creer en un vendedor de espejitos? ¿Cuántos que derraman lágrimas en un partido de la selección nacional y no tienen la capacidad de leer un diario o un libro que los haga conscientes de la muerte que sucede alrededor? ¿Cuántos abrieron sus brazos a la solidaridad dentro del propio país? ¿Cuántos que critican y pisan la constitución de otros países que luchan por su liberación, y aquí soportan callados que a la constitución mexicana la manejen como trapos sucios?
La superstición política de la democracia se hizo parte de la historia mexicana, es una herida abierta en el hombre. Así, por creer en ella, muchos han dejado de amar a su manera o han perdido al negocio de su vida, por no pasar la prueba del valor; otros han abandonado el estudio por falta de recursos, y algunos han pintado de colores patrios a sus casas, y lo que es peor, muchos han dejado de pensar en que es posible una transformación social, tener conciencia.
Supersticiones de la democracia: me mintieron diciéndome que tendría éxito, y mi mayor logro fue saber que no hubo democracia, que “hay unos más iguales que otros”. Me dijeron que la competencia era buena, y mi mayor competición es saber que no quiero competir con nadie. Me dijeron que en la democracia hay que ser valiente y destruir al enemigo, sólo aprendí a llenarme de miedo, a tener más deudas y a tener insomnio con la luz encendida. Me dijeron que debía ser un líder y decidir sobre los demás, y me di cuenta que dejar de creer en las supersticiones de esta “democracia” es mi poderosa y verdadera decisión. (P.S.A.)