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La Política Mexiquense
En un tiempo tan vacío (por estar lleno de lo superfluo, que es una mentira) como un escenario donde no se representa nada, ni ha sucedido nada, es un espacio idóneo para decir de esa ausencia que alguna vez nos dignificó como humanos y que se llama verdad.
Esta aparente contradicción, entre lo que es verdad o mentira, ocupa hoy el pensamiento matinal de Lucas: la verdad cotidiana que ha dejado de brillar, que parece mentira a la hora de surgir, de iluminarnos con el conocimiento, porque la verdad sea dicha, la verdad es conocimiento, y sin ella nos hallamos sumidos en la ignorancia más patética; Lucas se pregunta para sus adentros: ¿Se acuerdan de Prometeo? Al que un buitre eternamente le comía el hígado, por habernos dado el fuego de la sabiduría a los hombres, ese fuego de la verdad que hoy existe más que nunca, pero brillando por su ausencia.
Ella, la verdad, lo único que necesita es un pensamiento para habitar en él -insiste Lucas, mientras se viste-, un pueblo humanizado para habitar en él. La verdad para existir necesita libertad, alguien quizá la pueda practicar continuamente, pero ninguna sociedad democrática puede prescindir de ella, salvo que lo impida la corrupción, la impunidad, la injusticia. Y al mismo tiempo ningún estado, ninguna ciudad, pueden decirse dueños de la verdad.
Su contraparte, la mentira, instaurada como verdad por los medios masivos de información, por el poder económico, es el pan de cada día, y en cambio ella, la verdad -deduce Lucas- no sólo trae democracia, sentido común, sino que ofrece conocimiento, ella es la única expresión visible de lo que alcanzamos como evolución humana, es decir lo que somos en esta tierra.
Lucas ironiza: desde luego, la verdad no se saca del bolsillo como una moneda que se puede cambiar, que se puede dividir en medias verdades o medias mentiras, que a su vez hacen una verdad apta para el consumo, es decir una verdad políticamente correcta.
Porque la verdad tiene el valor en sí misma, sólo es y ofrece luz cuando la persona que la porta la reconoce sin clasificarla ni ordenarla, ni mentirse a sí mismo. Porque eso es lo que hace la sociedad, clasificarla según una moral de conveniencia, integrarla en el orden de una economía de mercado o una política de consumo de lo mediático, que divide la verdad en medias verdades, como un rompecabezas de mentiras.
Mientras se le enfría el café y se afeita, Lucas mirándose a los ojos frente al espejo, agrega: alguien que tenga que ver con ella, la verdad, no necesita del Estado ni de los medios informativos, pero sabemos que la ignorancia organizada sí la necesita, porque si hablamos de una errónea educación pública, hablamos entonces de erróneas verdades, porque se medioeduca para que la pobreza alcance ciertos modales de obediencia, nada más, se aprenda a ser sumiso, a no conocer la verdad que, como es conocimiento, daría un sentido crítico ante la realidad.
En consecuencia -finaliza Lucas bebiéndose ya el café frío-: sin la verdad, sin el conocimiento, sin educación verdadera, el devenir es cada vez más deleznable, más deforme, más incierto, sólo llena nuestras expectativas de terror: una sociedad a la que todos pertenecemos: un país que vive la ausencia de la Verdad. (P.S.A.)