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La Polémica | Las deudas de Morales Poblete
Lucas piensa que en las casas donde no hay libros se pasa mucho frío, se da cuenta que es una tristeza que así suceda; porque lo que conforma a un hogar en sus espacios, no es otra cosa que el alma de los que la habitan: él descifra cómo piensan y sienten los que viven en una casa, observando con detenimiento los adornos y los “gustos”, en la decoración, si se puede llamar así, de las paredes y los rincones.
Sabe, por otra parte, en sus largas meditaciones, que es igualmente deleznable que muchos de los llamados empresarios y arquitectos, en un voraz afán lucrativo, con falta de imaginación, hayan borrado de un plumazo los espacios para libreros o bibliotecas, en sus pobrísimos diseños, aunque sean a nivel popular, como si la economía estuviera ligada inexorablemente a ser espiritualmente miserable.
Lucas rechaza con arrogancia a esa gente vulgar que promueve la muerte física del libro, que además con toda la ignorancia del mundo suelen decir “a mí no me gusta leer”, como si el libro no pudiera convivir con todos los medios que existen. Él se acuerda, entonces, de los nazis piromaniacos y más antiguamente a la quema de libros hecha por el emperador Shi Huangdi en el año 213 antes de Cristo, que inspiró a Borges un ensayo “Los libros y la Muralla”: lo busca en su librero y lee para sí mismo en voz alta: “Acaso Shi Huangdi amuralló el imperio porque sabía que éste era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados, o sea libros que enseñan lo que enseña el universo entero o la conciencia de cada hombre”.
Lucas, entiende que el conocimiento auténtico tiene tanto valor que puede mover al odio o al amor a las personas, que puede modificar la historia del hombre, se pregunta: ¿cómo negar entonces la profundidad de lo que pensaron los clásicos? Los letrados confucianos que se atrevieron a ocultar un libro prohibido fueron condenados a muerte, asesinados en masa, muchos de ellos quemados vivos, como los mismos textos. Siglos después lo dijo Walt Whitman: “Quien toque este libro está tocando a un hombre”.
Lucas descubre, una vez más, que ni el tiempo puede borrar lo que es necesario a la conciencia humana: cincuenta y cuatro años después de la muerte de Shi Huangdi empezaron a salir a la luz del día los libros prohibidos, durante la dinastía Han, se restauraron las obras clásicas reuniendo volúmenes mutilados y fragmentos. Muchas obras fueron restauradas gracias a la tenaz memoria de ancianos letrados que sobrevivieron a la persecución.
Entonces Lucas comienza a teclear: en un mundo banal, donde la felicidad se compra con una tarjeta de crédito, donde hay una deshumanización salvaje de los poderosos, donde prevalece la idealización de lo superfluo, donde el desencanto alejó del misterio y del asombro al individuo: no ser capaz de tener un libro en las manos y recuperar la dignidad de la conciencia, es sencillamente, no ser merecedor de la historia.(P.S.A)