
Abro Hilo/Claudia no es Andrés…
Toda una vida, una serie de historias y de experiencias en la piel y en la memoria, tantos encuentros, desencuentros y Lucas no está aún en condiciones de entender cómo funciona y no funciona, y qué es y no es el “humanismo”. Y no es que vaya a dejar de intentar saberlo, la relación de Lucas con lo humano es una profesión de fe, es similar a la de un fundamentalista religioso: no habla aún con Dios, pero cree que algún día lo conseguirá, pero al mismo tiempo exige una mayor entrega.
Lucas persiste con dos cuadernos, donde reúne apuntes, citas, comentarios, referentes al misterio de la existencia, a lo que somos y no somos, nuestras pasiones y delirios, aquellos pensamientos que nos dignifican como personas y nos aproximan a la concepción de lo que es la belleza: difícil tarea en una realidad inconforme, en pugna consigo misma, claro, hecha con múltiples rostros, donde -lo real- es distinto para cada uno.
Nuestro personaje, cada vez más obsesionado, se ha visto obligado a una tercera opción: comprar un grueso cuaderno con más de 250 hojas, es el que está dedicado al vano intento de anotar sus propias reflexiones, ya no del origen del humanismo clásico grecolatino y cómo se sostuvo en las distintas civilizaciones, sino de lo que ve en la vida diaria, ejemplos concretos de lo que se pudiera rescatar de ética, o por el contrario, las actitudes deshumanas, que por lo visto le van ganando por goleada, más o menos 10 a 0.
Así, Lucas comprende lo incomprensible: los impuestos y la manera en que se pagan, que son del primer mundo, claro que los servicios públicos que ofrecen las instituciones oficiales: dígase salud, educación, seguridad, pertenecen al universo más bajo de la especie humana, a la degradación absoluta de la persona, no es tan difícil de desentrañar y decodificar, la ignorancia de los servidores públicos, y también de la iniciativa privada, nada más hay que entrar a un Banco para ver cómo, además de utilizar tu dinero, te tratan como basura.
Una sociedad decadente, donde no vale el pensamiento ni la justicia, donde la libertad de expresión, es más bien “libertad de presión”, donde el espionaje más degenerado llega a los extremos del neonazismo norteamericano recalcitrante, donde cualquier usuario es usado, abusado y manipulado por una oleada de dictadura fiscal, producción y de consumismo, donde sí o sí se le debe entrar a lo mediático, a lo ordinario, a lo que no lleva a ninguna parte, sólo a la pérdida de identidad, de memoria, de lo que es “ser” una persona.
Pero a Lucas no lo engañan, él es dueño de su paranoia y de su anarquismo, está seguro de que la mayoría conserva su odio y finge, que todo está arreglado entre políticos, crimen organizado, curas y empresarios, en ese orden. Porque los mexicanos saben y padecen cuál es el estado del país en el que sobreviven, no hace falta agregar nada en un lugar donde ser periodista es una profesión suicida, de alto riesgo a nivel mundial, ni hablar de obreros y campesinos, perseguidos por el hambre y la inseguridad cotidiana. Lucas piensa, tendré que comprar otro cuaderno, por lo menos de quinientas hojas, hay demasiadas sombras y muy poca, poquísima luz. (P.S.A).