Balazos en el pie
Una de las manías más recurrentes de Lucas es sacar sus lentes viejos y limpiarlos aunque no se le quiten los rayones, total, ya está más que acostumbrado a leer así. Piensa que las gafas ya pasaron a formar parte del cuerpo mismo, un antifaz transparente a través del cual se puede observar la realidad.
Un caos para Lucas es no saber dónde quedaron sus anteojos, que pueden estar camuflados sobre una pila de libros y papeles, o doblados en uno de los bolsillos de su saco o de sus camisas, o simplemente en un rincón de un librero: gafas que tienen su historia, que se convirtieron para cualquier ser humano más o menos normal, en un símbolo del lector por definición.
Dice Lucas que un tipo que lleve un libro bajo el brazo y tenga unos anteojos puestos, si no está disfrazado, es sospechoso, es de otra raza, de una tribu de lectores y de seres especiales que tienden a concientizarse sobre la realidad de otra manera, no lo que el común denominador cree, que el que lee mucho fantasea demasiado y busca evadirse, no es así, para Lucas el que lee aprovecha más el tiempo que aquellos que tienen múltiples actividades, pero que no reflexionan sobre el mismo sentido de sus actos.
En fin, la invención de los lentes sirvió para que los lectores ya no tuvieran que esforzarse en entrecerrar los ojos hasta el dolor de cabeza, entre letras nebulosas. Hoy se dice que una sexta parte de la humanidad padece miopía, y entre los que leen mucho, un 24 por ciento, pero Lucas enumera algunos nombres de referentes que eran chicatos: Aristóteles, Lutero, Samuel Johnson, Alexander Pope, Quevedo, Wordsworth, Rossetti, Yeats, Unamuno, Tagore y James Joyce, tenían la vista defectuosa.
Y agrega, claro, los que se quedaron ciegos no pueden quedar fuera de esta lista, empezando por Homero, de quien se decía que recitaba la Ilíada por las calles de Atenas, también Milton se quedó ciego al escribir el Paraíso Perdido, y uno más cercano a nosotros, Borges, que empezó a perder la vista al cumplir los 30 años.
En la Grecia y Roma clásica los que no veían bien no tenían más remedio que alguien les leyera los libros, normalmente los esclavos lo hacían, sin embargo, algunos descubrieron que mirar a través de una piedra transparente ayudaba.
Plinio el Viejo cuenta que el emperador Nerón era miope, y que solía contemplar a los gladiadores en el circo a través de una esmeralda.
Estos datos a Lucas lo entusiasman, él, que hizo un arte de la lectura, no de esas voraces, obligadas, de académicos o investigadores que leen por trabajo más que por el simple gozo existencial.
Y pensar que las gafas eran un artículo de lujo desde el siglo XV, porque los que leían eran pocos, así como las ediciones, sólo cuando la invención de la imprenta hizo que se publicaran más libros hubo más demanda de anteojos.
Qué bueno, dice Lucas, que tenga tres pares de gafas, por las dudas, si se me pierde alguna; así como en el amor, por si se me apaga una vela, siempre tengo encendidas, por lo menos, dos más (P.S.A.).