Balazos en el pie
Si le dieran a Lucas la tarea de aplicar la censura en internet, censuraría a aquellos que envían sus elucubraciones sentimentaloides y se los atribuyen a Borges, Shakespeare, García Márquez, por mencionar algunos. Él piensa que los “facebuqueros” que reenvían esos textos muestran una falta de lectura que raya en la ignorancia más agresiva. Ahora resulta que esos grandes escritores y poetas eran cursis y daban mensajes de autoayuda: inmensos creadores, profundos, dramáticos, trágicos, que pasaron por momentos de gran introspección psíquica, algunos de los cuales abrieron la puerta del suicidio o estuvieron en hospitales psiquiátricos o atrapados en la red del alcohol o de las drogas, se convirtieron por arte de la magia cibernética, en “livianos” si les va bien, o en propagandistas de sectas de la nueva era, políticos o católicos arrepentidos. Entre otros, lo que desencadenó la explosión de Lucas (de mecha corta) es que le tocó recibir uno atribuido a Benedetti, donde el mensaje era como si lo hubiese escrito el Papa, cuando todos sabemos que el uruguayo era muchas cosas, menos católico.
Este tipo de esperpentos, argumenta Lucas, de “plagio de nombre”, es más grave que un robo a secas de las ideas de un autor, dice, “un plagiador consciente” por lo menos ha leído el texto que va a fusilar, y- si es honesto y tiene talento- reconoce sus límites; además, la historia de la literatura es el cultivo de la apropiación de “inspiraciones”, esto viene desde la Ilíada y la Odisea, mimetizadas por Virgilio, a través de una obra: la Eneida.
Lucas hace una pausa, mientras bebe un sorbo de cerveza, reflexiona, luego agrega: otro gran maestro en estos menesteres fue Shakespeare, no tan sólo modificó escritos de grandes autores clásicos grecolatinos sino también de ese gran cuentista que fue Giovanni Bocaccio, a él le debe Romeo y Julieta; lo único que hizo el poeta inglés fue transformarla en obra de teatro, cambiarle los nombres y dos o tres parlamentos. Desde entonces reza el dicho: “hay que robar, pero con asesinato” -sentencia Lucas- que nadie se acuerde de la obra anterior, por la grandeza del estilo y por la propia visión del mundo. En realidad, los temas que se tratan en la literatura son los mismos, las obsesiones humanas: el amor, el tiempo, la muerte, los sueños.
Así es, así es, no hay nada nuevo bajo el sol, lo que importa en realidad es preservar el lenguaje de lo ético en el mundo, sólo que para lograrlo se requiere de un nivel cultural alimentado por las lecturas, por la reflexión, y por el heroísmo de la paciencia, que harán de ese escritor un testigo de su tiempo, más allá de la originalidad de sus ideas, por la estética de su obra, por el compromiso con la palabra y con la tradición literaria a la que pertenece.
De esta manera, más calmado después de la primera cerveza, Lucas sintetiza: esos “facebuqueros”: los que promueven y difunden aquello que desean comunicar, poniéndole el nombre de un escritor conocido, mas no leído, sólo muestran que no están hechos para la escritura, ya que no son capaces de utilizar sus propios apellidos y enfrentarse así a la crítica; carecen de la valentía como para ser nombrados escritores, porque sencillamente no asumen el destino, persiguiendo lo que decía Ezra Pound: “esa cosa muy excepcional que es la belleza”. (P.S.A.)