Libros de ayer y hoy
Le pasa a cualquiera, a medida que se experimenta el día a día durante años, hay cosas que dejan de interesar, si antes, cuando uno creía que tenía todo el tiempo del mundo, pensaba en cumplir entre cinco o diez sueños, hacerlos realidad, con los ires y venires, los avatares existenciales, esos sueños se fueron reduciendo a dos o tres y en el último de los casos a uno solo. Y claro, no es que alguno de esos diez no se cumplió o por más que se cristalizaran todos, hay cosas que ya no merecen la atención ni el asombro, ni el interés, cada día nos desprendemos de algo, aprendemos a desapegarnos, si hemos aprendido de lo vivido.
Ahora, todo espacio con placer fogoso debe ser llenado, quiero decir que hay que disfrutar de manera instantánea y sencilla, las cosas por las que vale la pena vivir, fuera de las pálidas políticas, económicas y culturales, fuera del terror de responder a la violencia de la realidad, uno es el responsable de sus pensamientos, de su propio gozo, o de la manera en que debe buscar la justicia y la belleza. No creo que haya soluciones masivas para vivir mejor. La realidad no es ni fue ni será igual para todos, desde que cualquier sistema de gobierno, acompañado de la religión, se instauró como necesario para administrar y guiar los destinos de un pueblo, “unos fueron más iguales que otros” ¿De qué manera entonces afrontar las necesidades sin perder la dignidad? Ya lo dijo Lao Tsé: “Quien conoce más de cien caminos podrá llamarse incomparablemente sabio”.
Creo que un camino, de primera intención y en última instancia, es tener todos los fuegos encendidos: ideales, utopías, sueños, amores, aunque muchos no se cumplan, llevarlos a cabo y compartir esa llama con otros, hay que vivir como un enamorado, teniendo fe poética, es una manera de creer en que todo es posible, de encender la propia pasión, como cuando se va al cine o al teatro o se deja uno volar por dentro de un libro. Si lo que tiene ante sí es un engaño, está bien, igual tiene que dejarse engañar para poder sentir esa fantasía, ese sueño, no hay problema si uno está enamorado de un engaño, si es lo que uno más quiere. Si no hay una mentira, una especie de sueño a realizar, si no hay entrega al azar con los pasos de la aventura, nada tendría valor, porque el ser humano necesita como su propia sangre del asombro y de lo inesperado para saberse en un juego que lo trasciende, pero que al mismo tiempo le da su importancia, porque en este juego, se juega su ser en lo cotidiano: luchar, cumplir, ganarse el pan, vivir, sufrir, amar y gozar. Si todo estuviese hecho de otro modo, donde la certeza creara a un dios humano racionalmente aburrido, sin nada por apostar, sin nada que ganar, sin nada que perder, sin nada que arder, sin nada de imaginación o delirio o belleza, todo estaría agonizante y tenebroso como para sentirse vivo. Quizá por eso el escritor Jean Cocteau nos enseñó su resplandor vital al respecto, cuando le preguntaron: Si se está incendiando su casa ¿qué cosa salvaría primero?-Cocteau respondió sin dudarlo- el fuego. (P.S.A.)