Avances contra la corrupción
Dicen que lo peor de las mentiras viene después: cuando hay que incurrir en otras y en mil malabares de pena ajena para tratar de cubrirla. Es lo que sucede con la cancelación del Aeropuerto Internacional de México.
Fue lo que ocurrió el domingo en la mañana, cuando circuló la versión de que se continuaría con el proyecto de Texcoco. Hasta los de Morena respiraron aliviados por la corrección de un desatino.
Pero no fue así. Se trataba de una maniobra financiera para evitar la lluvia de demandas en cortes internacionales por el incumplimiento al cancelar la obra y dejar a los inversionistas con bonos basura.
El gobierno de la austeridad va a perder miles de millones de pesos en cumplir un capricho al cerrar la obra de Texcoco, que convenía a México.
O más que un capricho, una decisión ideológica: no podemos darnos el lujo de tener un aeropuerto grande, bonito como pocos, aunque sea autofinanciable.
Se prefirió perder dinero a tener una obra que es “herencia de los neoliberales”.
No sólo va a perder dinero -a raudales- el gobierno con esa medida. También los inversionistas internacionales.
La recompra de bonos será a noventa centavos, por lo que, en caso de aceptar la oferta, los inversionistas van a perder dinero. Y a ver cuándo vuelven a creer en México para invertir.
Eso, en caso de que acepten la oferta -que es lo más probable: de lo perdido, lo que aparezca-.
Pero si los tenedores de bonos exigen en cortes internacional la devolución de su dinero, México perdería el grado de calificación para invertir en el país y ahí sí la tormenta de una crisis financiera y económica comenzaría muy temprano.
Con estas maromas el gobierno del presidente López Obrador nos muestra que no es pragmático, que está ideologizado en extremo, y que no habla con la verdad.
A los tres colegios de ingenieros del país les pidieron un estudio para ver cuál opción convenía, y los tres dijeron Texcoco.
Mitre, la voz más autorizada en aeronáutica civil en todo el mundo, dijo que Santa Lucía no es viable y que Texcoco era la opción.
El ahora secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, adulteró un informe de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), y dijo que aprobaba la construcción del aeropuerto en Santa Lucía.
Se brincó la página en que el informe decía que cuestionaba la viabilidad de Santa Lucía y no leyó las conclusiones que recomendaban Texcoco.
El hoy presidente de la República manipuló una carta del mandatario francés Emmanuel Macron para dar a entender que sus expertos recomendaban Santa Lucía.
La empresa francesa Navblue no recomendaba nada, pues sólo decía que había que conocer otros parámetros para dar una opinión sobre Santa Lucía.
El que les mandaron era el viejo proyecto de José María Riobóo, contratista privado cercano al nuevo gobierno, que concursó en Texcoco (para la ingeniería de las pistas) y perdió ante una gigante holandesa que es la número uno del mundo en esas tareas.
Han mentido hasta la saciedad para satisfacer un capricho. Una decisión ideológica, no económica.
Y ahora que son gobierno, en lugar de actuar con inteligencia y pragmatismo, anuncian que abrirán la cartera para la recompra de bonos y evitar el diluvio financiero provocado por sus prejuicios ideológicos.
Sepultaron una obra que lleva 37 por ciento de avance, con otra mentira.
Una pantomima de consulta popular, en la que votó el uno por ciento del padrón nacional, fue “la voz del pueblo sabio” que avaló sus mentiras sobre el aeropuerto.
Un aeropuerto que no se va a hacer, pero nos va a seguir costando.