Teléfono rojo
El oficio que mandó la próxima directora de Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla Roces, al actual titular, va más allá de solicitar que se detenga el ejercicio presupuestal del Consejo: es el preludio de un cambio radical en la investigación científica del país.
Basta leer el “Plan de Reestructuración Estratégica del Conacyt para Adecuarse al Proyecto Alternativo de Nación”, elaborado por la doctora Álvarez- Buylla, y se entenderá qué hay detrás de su petición de parar el gasto del Consejo.
Viene otra idea del papel de la investigación científica en el país.
Busca frenar “la imposición de la lógica neoliberal en el ámbito científico tecnológico”.
Juzga la inminente titular de Conacyt que “el énfasis mercantil de las tecno-ciencias en el mundo neoliberal globalizado ha implicado el desarrollo de tecnologías peligrosas”.
Por ello, dice, “es fundamental que México se dote de una política de Ciencia y Desarrollo propia, y no se adapte, adhiera o siga modelos establecidos globalmente”.
Es decir, no se trata de frenar el presupuesto de Conacyt por una idea meramente administrativa, sino que -como Mafalda- hay que parar el mundo porque México se va a bajar.
Lo que se busca con el nuevo Conacyt, de acuerdo con el documento de su próxima directora, es lograr “la puesta a punto de un diálogo horizontal de saberes con el conocimiento autóctono, la ciencia campesina milenaria de México, las formas ancestrales de producción, de saberes y memorias”.
¿Hacia dónde apunta todo eso?
Lo dice el documento-plan para adecuar Conacyt al “Proyecto Alternativo de Nación” en su página 20: “No se destinarán recursos públicos monetarios a empresas, sino más bien se fomentará que éstas contribuyan al desarrollo tecnológico en México a fondo perdido o perspectivas de ganancias”.
Adiós a la vinculación ciencia-industria.
Hay más novedades para los científicos mexicanos: “se promoverán de manera prioritaria convenios con países del entorno latinoamericano y del Caribe con los que sea posible generar sinergias en temáticas concretas”, así como “evaluar con rigor científico los costos sociales y ambientales en México del régimen neoliberal”.
Con el freno presupuestal que plantea para reorientar la inversión en investigación científica, se acabará -ahora o en unos meses- la multianualidad de los apoyos a la investigación.
Todo para atrás.
Plantea desaparecer el programa de estímulos a la investigación, como tienen otros países, pues el costo total lo deberán cubrir las empresas.
¿Qué va a suceder?
Un ejemplo: General Electric tiene en Querétaro a más de mil 500 ingenieros que diseñan una nueva generación de turbinas para aviones. Si Conacyt quita el apoyo, estas investigaciones se van a ir a países donde sí se les respalde: India, Brasil…
Y no se van a llevar a los mil 500 ingenieros mexicanos: los van a despedir y contratan a otros en donde muden sus laboratorios.
El nuevo Conacyt que se pretende poner en marcha, ignora que la competitividad de México depende de su capacidad de innovar. Nos condena, en la industria automotriz, por ejemplo, a apretar tuercas y nada más.
Nuestros socios comerciales destacan por su capacidad de investigación e innovación, y México va a ir en sentido contrario.
La comunidad científica mexicana, ¿ya calibró lo que se viene y hacia dónde nos vamos a dirigir?
Se van a frenar las becas hacia los países industrializados (Estados Unidos, Canadá…) para concentrarnos en Latinoamérica y el Caribe.
Además, en el Plan subyace una aversión total a los alimentos transgénicos, que se diseñan para tener más rendimiento por hectárea, consumir menos agua y resistir plagas.
¿Vamos a renunciar a mejorar genéticamente los alimentos para hacer frente al cambio climático, por ejemplo?
China alimenta a toda su población gracias a la ingeniería genética que mejora los cultivos.
Aquí volveremos a “la ciencia campesina milenaria”, y a renunciar a los nuevos instrumentos de la ciencia y la tecnología, como hacen los grandes países, para resolver nuestros problemas.
Lo que viene en Conacyt es preocupante. La ideologización de la ciencia nos va a poner a caminar en sentido contrario al resto del mundo.
No fue sólo una amable petición de frenar el gasto de proyectos multianuales lo que pretende la próxima directora del Consejo, sino que trae entre manos una nueva orientación de la investigación científica.
No a la cooperación con la industria.
No a becas hacia países “neoliberales”.
Salirnos de los esquemas globales del avance de la ciencia.
La comunidad científica tiene la palabra.