
En Xalapa, le daremos contenido a “es tiempo de mujeres”: Daniela Griego
Durante casi 15 años mi vida giraba entorno a una oficina, de lunes a viernes pasaba hasta 14 horas diarias en ella, atendiendo las distintas situaciones y resolviendo problemas, siempre con mis dos teléfonos celulares en la mano, incluso los fines de semana el trabajo continuaba a distancia. Mis celulares se habían convertido en el centro de todo: llamadas, mensajes, videollamadas, correos electrónicos, participaciones en los grupos de WhatsApp, todo ello entraba y salía sin parar.
Caminaba por la calle hablando o leyendo los mensajes en el teléfono, me sentaba frente a la mesa a la hora de comer con el celular en la mano y lo consultaba entre bocado y bocado. El móvil se convirtió así en parte de mí, era mi acompañante inseparable y le dedicaba horas tan solo escuchaba la alerta de llamadas o mensajes.
Aun sin utilizarlo juraba que vibraba, percibía su sonido y lo buscaba angustiada, ¿dónde está?, buscaba en el saco, en la bolsa, sobre el escritorio de la oficina, en la mesa de la casa, cuando lo encontraba y revisaba, solo era mi imaginación porque no había sonado, ni llegado alguna notificación.
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