
Volcadura de tractocamión en la México-Querétaro
Hace unos días falleció Irma Hernández Cruz, profesora jubilada, que había decidido ocupar su tiempo manejando un taxi. Murió porque no pagó el derecho de piso al crimen organizado y éste quizá emplear su caso como escarmiento y amenaza hacia otras personas que consideraran sustraerse al cobro de ese grupo. No les basta cobrar piso, buscan además establecer un régimen de terror y se exhiben como árbitros de la vida y la muerte de los demás.
En estos años hemos visto muchos horrores. Corremos el peligro de normalizar la violencia y perder la capacidad de consternación y la indignación que hechos así deberían despertar. No podemos pensar que la extorsión sistémica es un modo adecuado de vida y como sociedad urge busquemos caminos para impedir que esta siga siendo nuestra historia.
Simultáneamente a este artero y criminal hecho del asesinato de Irma Hernández, el INEGI daba a conocer las cifras de percepción de inseguridad de la población. En varias ciudades del país menos de un 20% de la población se siente segura.
Vivimos una situación de inseguridad que no puede seguirse perpetuando. Urge, al menos se ven algunos esfuerzos, una operación orquestada, eficaz y valiente para reducir los índices delictivos en todo México. El empleo de la inteligencia, el uso de la tecnología puede facilitar acciones certeras que contribuyan a debilitar las operaciones de las organizaciones criminales.
También hace falta que los ciudadanos no nos crucemos de brazos. Es preciso mostrar nuestra indignación, buscar modo de fortalecer las redes de nuestro entorno para expandir espacios seguros y tejer una solidaridad más profunda entre todos. Si bien es cierto que normalizar es conseguir adaptarse de tal modo que ya no sorprenda el mal que causa el crimen y como modo de supervivencia se vaya encajando la desgracia como inevitable. Hace falta convencerse de que hay otros modos posibles de vivir.
A veces preocupa el extravío con el que nos conducimos como sociedad. Un individualismo creciente donde cada uno ve solamente por sí mismo y con facilidad se ausenta de participar en su entorno y tomar cartas en el bienestar de todos. Un país en el que la gente al encontrarse en la calle ni se saluda, ni se sonríe porque el otro nos es ajeno e indiferente. Mecanismos instalados en todos lados para esconder la cabeza como avestruces en los hoyos de tik toks.
Pasan tantas cosas malas en nuestro país que casi nada perdura en la memoria colectiva más de quince días. Un hecho ominoso queda sepultado por la facilidad con la que aparecen otros. La preocupante costumbre de encogernos de hombros y mirar el mal ajeno como asunto que, por no afectarnos, no nos importa, ni percibimos como nuestro.
Entre los griegos se llama idiota al que vivía en sus asuntos privados sin interesarse por los temas públicos. No podemos seguir incrementando los espacios de desinterés, urge movilizar personas que sienta México como propio y hagan con más sentido y propósito acciones para hacer de nuestra patria un mejor lugar.
Pienso que es urgente no dejar esa tarea solamente en manos de los políticos, por supuesto tienen mucho por hacer, pero es preciso recuperar la propia capacidad de conmoverse, para no mirar con pasividad e indiferencia tanto dolor y tanta violencia, fomentar la indignación para no volvernos inmunes, para no ser cómplices por omisión, para convertirnos en una sociedad que exige un mejor trabajo político y de seguridad.