
Ecatepec necesita recuperar su espíritu deportivo
La misteriosa evolución del asfalto y concreto mexiquense
Esta colaboración surgió de una amable plática entre un usuario y un conductor de la plataforma Uber (próxima a irse del país, dicen algunos por las obligaciones que quieren imponer desde la ley, lo cual abordaremos en otro momento).
Al avanzar de manera sinuosa por una de las tantas calles con baches que siguen existiendo en un municipio de nuestro estado (no lo menciono para no dejar fuera a otros), el conductor cayó en un bache y al momento se quejó de dañar su vehículo. El usuario amablemente comentó que lamentaba el estado de la avenida pero que “era la mejor” para llegar hasta su destino. La avenida, según el usuario tenía más o menos 3 años de haberse pavimentado, pero el bache tenía de vida desde la temporada anterior de lluvias y hasta la fecha no lo habían reparado a pesar de los continuos reportes de ese y de otros tantos.
Entre usuario y el conductor empezaron a comentar su vida y experiencia sobre obras realizadas por los gobiernos (federal, estatal y municipal) durante diversas etapas de sus vidas y de allí, de esa plática surgió la siguiente reflexión.
En tiempos no tan lejanos, había calles que resistían tormentas, solazos, marchas, y hasta el paso inclemente del tiempo. Hoy, basta con una llovizna para que el asfalto del Estado de México se fracture como galleta de feria. Cada temporada de lluvias trae su acostumbrado concierto de alertas en las aplicaciones municipales: “¡Nuevo bache en la avenida principal!”, “¡Cráter nivel lunar en la esquina de tu casa!”, “¡Agujero con personalidad en la vía rápida!”… y así, una sinfonía de notificaciones que compiten con la frustración del volante.
Actualemnte los municipios, con su mejor cara digital, presumen sus plataformas para reportar baches. Una herramienta útil, sin duda, pero que solo sirve para confirmar lo que todos ya sabemos: que nuestras calles son una trampa mortal para suspensiones y paciencia. En Nezahualcóyotl, Toluca, Naucalpan, Ecatepec y un largo etcétera, las apps municipales acumulan reportes como si fueran trofeos. ¿Lo más curioso? Algunos baches son celebridades de tiempo completo: los tapan en la mañana y reaparecen con más vigor por la tarde.
Y entonces, uno se pregunta: ¿por qué antes los pavimentos duraban más?
¿Acaso el cemento de los años 80 tenía poderes mágicos? ¿Se usaban otros materiales, otras fórmulas, otro tipo de corrupción? Porque, siendo sinceros, lo que hoy se llama “rehabilitación vial” parece más bien un disfraz para contratos rápidos, con mezcla de mala calidad, sin compactación ni drenaje correcto. La calle recién pavimentada en 2023 ya está mostrando fisuras en 2025, y ni hablar de las calles que se «rehabilitan» con una capita tan delgada que parece más barniz que carpeta asfáltica.
Y aquí es donde entra el elefante en la sala: la corrupción.
Pareciera que la corrupción sigue campeando —más discreta, pero más arraigada que nunca—. Porque si no es eso, ¿entonces qué lo explica? No hay ecuación técnica, variable climática o lógica de ingeniería que justifique por qué hoy el pavimento hidráulico, que debería durar 20 años, apenas y sobrevive tres lluvias. ¿Qué parte del proceso se está “ahorrando”? ¿Dónde se queda el dinero que en los papeles dice “concreto de alta resistencia” y en la realidad parece engrudo seco?
La sospecha es vieja, pero vigente: que las obras públicas se siguen asignando con el mismo patrón de compadrazgo, “diezmos” y constructoras de membrete. Que se pagan cantidades millonarias por contratos que, en la práctica, se ejecutan con materiales de segunda, sin supervisión real, sin pruebas de laboratorio, sin garantía, y con el incentivo de que si se rompe rápido, hay pretexto para volver a contratar a alguien… probablemente al mismo de antes.
Hoy, las apps de reporte de baches parecen parte del paisaje urbano, como los topes o los espectaculares ilegales. Están ahí para que nos quejemos, para que subamos la foto, pero no necesariamente para que se repare el fondo del asunto: que el dinero público se diluye como agua de lluvia en una carpeta asfáltica mal compactada.
Tal vez la próxima vez que llueva y aparezca otro bache en tu calle, debamos dejar de preguntar “¿quién lo tapa?”, y mejor preguntarnos “¿quién lo construyó así… y por cuánto?”. Porque los baches no nacen, se fabrican. Con prisa, sin supervisión, y con dinero de todos. Y lo peor: con la complicidad de quienes deberían estar garantizando que las obras duren más que un temporal.
Al final, el usuario pidió bajarse unos 600 metros antes de su destino “porque no quiero que se quede sin su auto, está horrible la calle”. Si no me creen, pregunten a cualquier conductor de plataforma.