Libros de ayer y hoy
A los dictadores, o aspirantes a serlo con la bandera de beneficiar al pueblo, se les puede reconocer porque tienen un lenguaje casi idéntico, que se expresa desde antes de llevar a sus países a la ruina económica, política o social. O a las tres juntas.
Dos meses antes de la matanza de Tlatelolco, en agosto de 1968, Gustavo Díaz Ordaz se expresaba así: “A eso exhortamos a los mexicanos todos: a olvidar el amor propio, a disminuir diferencias, a acercarnos por lo mucho que nos une… Una mano está tendida: es la mano de un hombre que, a través de la pequeña historia de su vida, ha demostrado que sabe ser leal. Los mexicanos dirán si esa mano se queda tendida en el aire”.
Andrés Manuel López Obrador, en marzo de este año: “He dicho muchas veces y repito ahora, que buscamos el cambio por el camino de la concordia. Este es el momento de extender la mano abierta y franca a nuestros adversarios”.
En su Informe del 1 de septiembre de 1969, después de la matanza, dijo Díaz Ordaz: “La injuria no me ofende. La calumnia no me llega. El odio no ha nacido en mí”.
Dijo AMLO en febrero pasado: “No es mi fuerte la venganza… no odio. No podría vivir con odios. Soy muy feliz. Yo no odio a nadie y vamos a poder entendernos todos”.
Hugo Chávez, como presidente electo de Venezuela, el 6 de diciembre de 1998: “En mi corazón no hay cabida para ningún sentimiento de revancha, para ninguna pizca de odio. ¡No! Un verdadero líder tiene que estar por encima de todo eso”.
Asombroso, ¿no?
Más asombroso va a ser el arrepentimiento de empresarios, académicos y clases medias que apoyan la aventura de AMLO para ser presidente, cuando México comience a caer por el tobogán de la polarización social y política, la debacle económica y la pérdida de libertades.
López Obrador dice que es “guerra sucia” compararlo con Chávez, aunque nunca se ha deslindado del autor de la catástrofe venezolana.
Al contrario, los presidentes de dos de los tres partidos que lo apoyan (Morena y PT) son abiertos defensores y promotores del chavismo venezolano.
¿No hay tal similitud? ¿Es guerra sucia?
Sigamos con ese discurso de Hugo Chávez como presidente electo, el 6 de diciembre de 1998, para que usted saque sus propias conclusiones:
“Necesitamos un poder judicial verdaderamente independiente de toda mafia, de toda cúpula que manipula a los jueces, a muchos de ellos, y amparan la impunidad y la corrupción”.
Continúa Chávez en ese discurso: “Nosotros tenemos que restablecer el poder adquisitivo de los trabajadores venezolanos. Esa especie de Venezuela saudita, de aviones, de flotas de aviones, de gastos sin control, de tarjetas de crédito sin límite, de viajes, eso se acabó. Nosotros tenemos el firme propósito de reducir la cantidad de ministerios (secretarías) y lo vamos a hacer… Una de las raíces del alto grado de inseguridad que hay en Venezuela, de tanto atraco, de tanto asalto, de tanta muerte, es la marginalidad. Las clases marginales de Venezuela no es que se habrán acabado, no, pero hemos venido a llevarlas al límite para potenciar una clase media amplia y fuerte”.
En fin, la secuela que dejó en México la tragedia de Tlatelolco ya la conocemos y todavía la padecemos.
Lo que pasó con Venezuela con su economía, con las clases medias, con la inseguridad (cinco veces peor que la nuestra actualmente), con las libertades, con el odio de unos contra otros fomentado desde el gobierno, ya lo sabemos.
Y lo que va a pasar con México si gana López Obrador la Presidencia, también ya lo sabemos.