
Rezago en Salud en México (1985–2018)
En tiempos de polarización política, resulta imprescindible volver al origen de las palabras. La etimología —el estudio del significado y raíz de los términos— nos permite cuestionar los discursos dominantes y detectar cuando conceptos fundamentales, como democracia o soberanía, son manipulados para justificar intereses de poder.
Democracia proviene del griego: demos (pueblo) y kratos (poder). Significa, literalmente, “poder del pueblo”. Soberanía, por su parte, viene del latín super omnia —“sobre todo”—, y alude al poder supremo que reside, en teoría, en el pueblo.
La Constitución mexicana es clara en su artículo 39: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”. Y añade: “El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”. Este mandato popular es la base jurídica del poder democrático.
Sin embargo, en la práctica, estos conceptos se interpretan de forma interesada. Por ejemplo, algunos actores políticos sostienen que cambiar instituciones es un derecho del pueblo (como en la propuesta de reforma judicial de 2024), mientras que otros, como el expresidente Ernesto Zedillo, afirman que la democracia requiere órganos autónomos que frenen incluso a las mayorías, en defensa del modelo liberal-representativo.
Ambas posturas afirman defender la democracia, pero ¿a cuál se refiere cada una? La democracia liberal se basa en contrapesos, división de poderes y representación indirecta. La democracia popular, en cambio, enfatiza la voluntad directa del pueblo y su poder para transformar las instituciones.
Rousseau hablaba de una soberanía indivisible, inalienable, que no podía transferirse sin desvirtuarla. Locke, por el contrario, propuso una distribución de funciones con supremacía parlamentaria. En México, el constituyente de 1917 adoptó una versión funcionalista: los poderes están divididos, pero no enfrentados. La pregunta de fondo es: ¿qué modelo democrático nos representa hoy?
El debate sobre la elección de jueces ilustra este dilema. Según la encuesta ENSU (2023), el 62% de la población apoya que el pueblo elija directamente a quienes imparten justicia. Sin embargo, el INEGI (2022) señala que el 70% desconoce las funciones del Poder Judicial. ¿Hay apoyo democrático o manipulación por desinformación? La respuesta depende del enfoque.
Lo que sí puede afirmarse es que el modelo neoliberal-representativo ha generado una creciente concentración de la riqueza y ha fallado en garantizar el bienestar de la mayoría. A esa promesa incumplida le llamo democracia desigual.
Por ello, propongo volver al origen de los conceptos. Quien invoque la democracia debe explicar a qué se refiere, con base en su significado etimológico o teórico. Y sobre todo, debemos verificar si las acciones emprendidas realmente benefician al pueblo, como ordena la Constitución.
La manipulación comienza cuando se tergiversan las palabras. Liberarnos de esa jaula invisible requiere pensamiento crítico, información verificada y participación consciente. Solo así podremos construir una democracia que no solo se nombre así, sino que realmente lo sea.