
La Política Mexiquense
El Negocio de la Política: La Curul como Propiedad Privada.
¿Te has preguntado por qué siempre ves las mismas caras en la política? Detrás de esos rostros conocidos, a menudo se esconde un actor invisible.
En el corazón del país, donde las decisiones del poder se tejen entre pasillos y oficinas, un nombre resuena en susurros: “el dueño de la curul”. No es un título oficial, sino una sombra que se proyecta sobre la política mexicana.
Existen diversas clases de políticos: Tenemos personas con vocación innata para la política, otras que se preparan para desarrollarse en ese ámbito y otras más que ingresan por herencia o legado, a pesar de su falta de aptitudes.
Los verdaderos políticos, buscan el beneficio de la población y consideran la política como la ciencia y el arte de gobernar, tratando de comprender e incidir en la organización y administración del Estado. Hacen de la política su actividad principal y representan la profesionalización de la política, donde la experiencia y la dedicación exclusiva son importantes para el desempeño efectivo en los cargos públicos.
Por otro lado, están los que han encontrado en la política su forma de vida, sin aportar nada o muy poco a la población, viéndola como una forma de enriquecimiento y haciendo alianzas con distintos actores para mantenerse vigentes a través de los años, y así seguir lucrando sin importarles las personas. Entre estos últimos, algunos ni estudian, ni se preparan, ni tienen vocación de servicio, su dios es el dinero, están hambrientos de poder y riqueza.
En nuestro país, una característica de los políticos es su prolongada permanencia en la esfera pública. Estamos acostumbrados a ver las mismas caras a través de muchos años. Observa en tu localidad, cómo los políticos pasan de un cargo a otro, periodo tras periodo; por ejemplo: el diputado local ha sido diputado federal, presidente municipal, o senador en varias ocasiones. Al final, las décadas se acumulan y el político sigue viviendo del presupuesto. Cuando finalmente se acerca el ocaso de su vida y se retira, a menudo deja el cargo a un familiar, como si fuera un negocio heredable, la maldición se perpetúa con el nepotismo de esta monarquía corrupta.
Transitan por puestos sin importar su escasa capacidad técnica, su nula preparación y, lo más preocupante, su carencia de sentido social, su desprecio por el pueblo.
Aquí cabe una reflexión: ¿son realmente tan buenos y efectivos en su labor, que no hay otra persona capaz de hacer su trabajo? La respuesta es no. Nadie es indispensable, y mucho menos estos personajes que no aportan aspectos positivos a la vida pública y, por ende, al bienestar de la nación.
Aquí es donde surge una figura relevante que los estudiosos del tema político, en la práctica, conocen como: “dueño de la curul”. La curul es el asiento sobre el que se aposentan los legisladores en los recintos parlamentarios; algunas veces son tan cómodos que los flamantes legisladores caen en brazos de Morfeo, cansados de tanto legislar. Bien, pues este asiento tiene dueño, un amo invisible.
En el actuar de estos políticos, es una constante el contraer deudas para acceder a los puestos. Ya sean económicas o morales, estas pueden ser con los dirigentes del partido que los postuló, el líder político de su grupo, con quien pagó los gastos de la campaña, u otros actores, incluso y comúnmente, poderes fácticos. A este acreedor, padrino o persona a quien se debe ese espacio, se le conoce como el «dueño de la curul»; aplica en el ámbito legislativo, pero también en el ejecutivo y ahora en el judicial.
Estos personajes quitan y ponen malos políticos a voluntad, y las decisiones tomadas desde esa curul o espacio de poder, invariablemente serán en beneficio del patrocinador.
Es fácil dar con el “dueño de la curul”: basta observar la historia de los políticos, su trayectoria, cómo llegaron a los espacios de representación y a quiénes benefician sus acciones o votaciones, sus traiciones. Si en la búsqueda nos perdemos, podemos seguir el consejo de Sherlock Holmes: «Follow the Money», o «Sigue la pista del dinero». Y eventualmente encontraremos la verdad.
La existencia de estos actores detrás del poder influye en la generación de normas y políticas públicas, las cuales se desvirtúan al atender intereses particulares en lugar de colectivos, privilegiando el tema monetario sobre el beneficio social y relegando a la población como meros espectadores. Cuando los intereses particulares dictan las políticas públicas, las calles se deterioran, los hospitales carecen de recursos y la educación se estanca. El “dueño de la curul” no solo corrompe la política, sino que roba el futuro de la nación.
Este es uno de los grandes problemas que genera el que la política y los intereses económicos estén ligados tan estrechamente. Los políticos que no son servidores del pueblo por convicción demeritan la profesión, mientras la población paga con sus impuestos los beneficios económicos del mal político y del “dueño de la curul”. Para los políticos, el interés público debe ser la guía, no el interés personal. El funcionario público está para servir, no para servirse. Si corrompe su pensamiento, sus acciones estarán viciadas.
¿Quiénes son los rostros familiares en tu ayuntamiento? ¿A quiénes benefician sus decisiones? La respuesta podría sorprenderte. En tu localidad, realiza este ejercicio: observa a los actores públicos, a los políticos de distintos niveles, analiza su historia y acciones, ve a quiénes benefician, quiénes son sus aliados y sigue el dinero: quién aportó a su campaña, quién se beneficia con la obra pública y los contratos de personal y proveedores. Esto te dará la respuesta de quién es “el dueño de la curul”, el verdadero amo.
Apliquemos este sencillo método en las elecciones judiciales venideras y observemos quiénes son “los dueños de la curul” o, en este caso; “los dueños de la toga y el birrete”, quiénes están detrás de los candidatos; así sabremos por quién votar y qué esperar de ellos cuando sean electos.
Conociendo al propietario de su actuar, al dueño de su voluntad, entenderemos que estos pseudopolíticos de malas “mañas” y pésimas acciones son reemplazables, y es labor del elector prescindir de sus servicios y de sus padrinos. Al final, la curul y los espacios de poder no son de su propiedad, no son su trono, son del pueblo ya que en este radica la soberanía, y algún día reclamará su futuro robado.
«¿El castigo que sufren los buenos que no participan en los asuntos públicos es ser gobernados por hombres malos?» Platón (La República).
*Experto en gobierno y asuntos públicos