
Bajo el imperio de una narrativa dominante
Aunque suene peculiar, existe un rol que desempeñan algunas personas: el de encargado de cargar la bolsa. Se requieren destrezas específicas para llevar a cabo esta labor, especialmente arraigada en la burocracia, la política y, en ocasiones, en las clases más altas de nuestra sociedad. Consiste básicamente en que estas figuras se dedican a portar el bolso de su jefe o jefa.
Comencemos por ubicar la bolsa en su justa dimensión, considerando la importancia que este objeto tiene para su propietario. Una bolsa, en su esencia, sirve para transportar o guardar cosas. Sin embargo, su valor dependerá también de lo que contenga. Así, la bolsa del mercado o del tianguis, repleta de frutas y verduras, es vital para el ama de casa, pues con esos ingredientes preparará nutritivos platillos para su familia. Para los albañiles, las mochilas escolares de segundo uso, con motivos coloridos, son el contenedor perfecto para sus útiles herramientas. Un empresario portará en su maletín de la piel más fina documentos importantes. Un vendedor ambulante guardará en sus bolsos cruzados o “mariconeras” el producto de sus ventas. Incluso los sicarios los utilizan para sus radios, armas y cargadores. Una ancianita llevará su ganchillo y estambre para tejer, y algún político podrá cargar en su bolso dos o tres teléfonos celulares, su cartera, o quizás sobres con dinero y las llaves de sus múltiples propiedades.
La bolsa, en sí misma, es para muchas personas un símbolo de estatus. Cuanto más reconocida sea la marca y más exclusivo el modelo, la persona que la posee ocupará un lugar más selecto entre quienes disfrutan de esos caros y bonitos diseños. Un ejemplo claro es la famosa bolsa Birkin de la casa Hermès, que puede llegar a costar hasta 2 millones de dólares. Sin embargo, aunque se tenga el dinero, este bolso no se le vende a cualquier persona debido a su carácter exclusivo; solo un círculo selecto puede acceder a este lujo. Así que, si dispones de la cantidad para comprar una Birkin y no estás en esa lista exclusiva, podrías utilizar esos dólares en algo tan significativo como dar de comer a más de 1,000 niños en México durante todo un año.
Una vez establecida la importancia de la bolsa, pasemos al tema central: el oficio de encargado de bolsa. Observen cómo los políticos y funcionarios públicos siempre tienen a una persona detrás que los asiste, los auxilia y se encarga de portar su bolso. Siempre, como una sombra leal y eficiente, esta persona está atenta a las necesidades de su jefe o jefa, y tiene la bolsa lista en el momento preciso. No solo sostiene el bolso, sino que también es responsable de administrar eficientemente todo su contenido: las llamadas a los teléfonos, la cartera si se requiere, el maquillaje para un retoque, un pañuelo facial o una aspirina. En fin, todos los múltiples recursos y herramientas que el bolso contiene.
No es un trabajo sencillo, pues además de estar siempre atento a las necesidades y el humor cambiante del jefe, también se ha depositado en él una gran confianza. Como un Cancerbero, deberá custodiar el bolso y su contenido, so pena de caer de la gracia de su empleador. Su esfuerzo será recompensado con un buen sueldo en la nómina, a costa del erario público.
Revisen fotos y videos de actos públicos con funcionarios y políticos: siempre, tras bambalinas, verán al encargado de la bolsa. Este asistente, siempre proactivo y dispuesto, es una pieza fundamental en el engranaje; gran parte del trabajo de su jefe y los resultados que se presumen son, en realidad, gracias a su labor de facilitador. Aunque en ocasiones se le denuesta con adjetivos como «el carga maletas» o «el gato del patrón», sugiero que se le otorgue un título que confiera mayor dignidad, como por ejemplo: «asistente personal de logística». Esto se propone considerando que su función es diferente y de menor jerarquía que la de un secretario particular. Es, por supuesto, solo una idea.
En este contexto, cabe recordar la canción «El Desagarriate Gate» de los grandiosos Óscar Chávez y José de la Vega, donde detallan las andanzas de estos asistentes. Si bien ellos se refieren específicamente a «Los guaruras de levita», guardan varias similitudes con el oficio del encargado de cargar la bolsa. Un verso del “Caifán mayor” lo ejemplifica a la perfección:
«De Junior y la señora no recibo muy buen trato
Nomás de que se les hincha, me traen de su pinche gato
A mí, experto en subversiones y hombre de tantos tanates
Me cargan con la canasta de chiles y jitomates»…
La crítica nunca podría ser dirigida a estas nobles personas que, con dedicación, cumplen su labor encomendada, que aguantan y soportan estoicamente los desplantes de sus jefes. Como ya dijimos, es todo un oficio y se requiere vocación.
Sin embargo, sí es una crítica para los políticos y servidores públicos que son incapaces de cargar sus propias bolsas, bolsos o maletines. Quizás sean demasiado pesadas para ellos, como si en ellas cargaran su propia vanidad y banalidad. Con estos actos nos demuestran que lo verdaderamente importante para ellos no es la gente y sus necesidades más humanas; lo que buscan es lucir bien con un bolso único y exclusivo, un modelo de lujo que, cuanto más caro, más los adorna y suple su carencia de empatía y sencillez. Tal vez requieran una bolsa del tamaño de su ego para que en ella guarden el desprecio que causan en la gente del pueblo.
«La vanidad es el peor disfraz que puede usar la mediocridad», atribuida al escritor francés Honoré de Balzac.