
El éxito de la Reforma Judicial
Títulos sin Título: La Falsa Nobleza de la Política Mexicana.
¿Alguna vez te has detenido a pensar por qué ciertos personajes de la política, de la nada, parecen acumular más títulos que logros tangibles? La necesidad de reconocimiento es, sin duda, inherente a la condición humana; quizás sea el profundo deseo de trascender en el tiempo. Este impulso nos lleva a realizar diversas prácticas en busca de esa distinción. Una de ellas es la imposición de títulos y adjetivos para dejar claro que somos o estamos en distintos niveles.
En muchos ámbitos de la sociedad se utilizan títulos para marcar diferencias. Aunque algunos los empleen como una muestra de respeto, la sociedad, sin duda, los impone para establecer distinciones. Existen varias razones para usar estos distintivos: desde denotar deferencia o establecer una línea de mando, hasta el puro auto-reconocimiento.
Por ejemplo, en el ámbito de la construcción existe un sistema muy bien definido, donde se asciende del ‘chalán’ a la ‘media cuchara’ y de ahí al ‘maestro albañil’; en un ámbito superior, están el arquitecto o el ingeniero. En este caso específico, los adjetivos y formas de tratamiento se utilizan para establecer un escalafón y una línea de mando, al más puro estilo militar. En el sector empresarial ocurre algo similar: si los dueños, poderosos empresarios, no pasaron por la universidad ni obtuvieron un título, no importa; se hacen llamar ‘Licenciados’ o ‘Ingenieros’. Y si ni siquiera cuentan con esas nociones, siempre pueden recurrir al título de ‘Don’. Con este, dejan claro que son el patrón, quien manda en sus empresas y que, como diría José Alfredo Jiménez: su palabra es la ley.
En el ámbito de la administración pública, estas prácticas también florecen. Aquí, los títulos no buscan tanto delimitar una línea de mando o un escalafón, sino más bien demostrar la supuesta valía de cada actor dentro de la jungla política y burocrática. Así, políticos sin título se apropian del que más les guste: ‘Licenciado’, ‘Ingeniero’, ‘Profesor’ o, últimamente, ‘Maestro’ o ‘Doctor’. Y lo utilizan sin importarles que, al hacerlo y sin ser realmente lo que presumen, están cometiendo un delito: la usurpación de profesión, tipificada en el Artículo 250 del Código Penal Federal. Para ellos, el título es un mero adorno; una insignia que los sitúa en un estrato superior y por la cual exigen que los demás se refieran a ellos con deferencia.
En México, nuestra Carta Magna es clara: el Artículo 12 prohíbe los títulos nobiliarios, las prerrogativas o los honores hereditarios. Aquí no hay ‘Lords’, ‘Príncipes’ ni ‘Duques’ (aunque, seamos honestos, a veces así lo parezca). Sin embargo, la clase política ha sido ingeniosa, sustituyendo esas denominaciones por títulos ‘tropicalizados’: ‘Licenciados’, ‘Ingenieros’, ‘Maestros’, ‘Doctores’, ‘Diputados’, ‘Senadores’, ‘Delegados’, ‘Secretarios’, ‘Jueces’, ‘Magistrados’… Se convencen de que representan la realeza en nuestra nación. La ‘casta política’, el ‘establishment’, ‘los que mandan’, ‘los dueños del país’ o, como diría un famoso personaje, ‘los meros machuchones’, han labrado su propio sistema para imponer distinciones, dejando claro que ellos pertenecen a un nivel superior.
Nuestra flamante realeza nacional, cuál Príncipe Ugo Conti sacado de la pluma de Luis Spota en ‘Casi el paraíso’, nos exhibe una verdad incuestionable:a pesar del dinero y del poder acumulados, la ignorancia es su compañera más fiel e inseparable y su personalidad egocéntrica, la disfrazan detrás de los títulos.
No, no estoy en desacuerdo con que la sociedad utilice adjetivos y títulos para referirse a determinadas personas, como formas de tratamiento o títulos de cortesía; eso sería un sinsentido. Lo que critico firmemente es la forma en que la clase política los utiliza, cómo se autoimponen pomposos distintivos reales o falsos, como si estos les otorgaran, de forma intrínseca, esa mínima capacidad y sensibilidad que urgentemente necesitan.
«Nada de lo humano me es ajeno.» Terencio.