
Picotazo Político: Ponerse en los zapatos
La historia de la humanidad está plagada de guerras. En la tradición del pensamiento occidental la política es la superación de la fuerza y la violencia por la razón. La capacidad de generar objetivos ya sea compartidos o complementarios y no solamente opuestos. El empleo del dominio sobre el otro procede de la incapacidad de encontrar elementos que puedan ser puestos en común o, al menos, que no impidan al otro gozar de los suyos. Cuando se busca una meta cuya obtención implica la cancelación de los propósitos de los demás, para conseguirlos solamente cabe someter, ejercer el dominio despótico, es decir, imponer más que convencer.
Israel lleva varios años en pie de guerra. Recientemente el conflicto en medio oriente ha alcanzado un nuevo hito con las acciones realizadas por el gobierno israelí para impedir a Irán la fabricación de armas nucleares. Y de modo más grave, cuando hace unos días Estados Unidos ha irrumpido en esa guerra bombardeando las instalaciones nucleares iraníes.
La intervención de Estados Unidos eleva el nivel de tensión en ese conflicto. La escalada de la violencia se vuelve impredecible. ¿Qué fuerzas se despiertan con cada bomba? ¿Cuánto odio se siembra con el lenguaje de la destrucción y la violencia? ¿Cómo se puede volver a las palabras cuando se ha desatado la guerra?
La situación es preocupante, porque a lo largo de los años, desde la fabricación de las primeras bombas nucleares, los seres humanos contamos con arsenales inmensos capaces de destruir completamente nuestro planeta. En 2019 se decía que existían 15 mil armas nucleares, pero tan solo el uso de 3 de ellas equivaldría al empleo de 13,500 bomba ordinarias y tendría consecuencias devastadoras para la humanidad. Las armas que poseemos los seres humanos podrían causar nuestra propia autodestrucción.
Cada guerra provoca muertes de muchas personas inocentes. La vida de muchas personas es truncada, empobrecida, dañada de modo permanente. Muchos jóvenes abandonan sus propios proyectos para participar en los conflictos armados y luego, si no mueren, llevan toda su vida las heridas que deja toda guerra.
Además del conflicto en medio oriente. Enfrentamos, ya por poco más de tres años la guerra entre Rusia y Ucrania. Las guerras civiles en Sudán y Siria. Además de conflictos activos en Yemen, Myanmar, Nigeria y Etiopía. Nuestro propio país tiene zonas donde está presente de modo ordinario la violencia.
La guerra tiene consecuencias económicas en todo el mundo. Cada vez que se llega a las armas para con ellas resolver un conflicto hay también una derrota de la razón, una incapacidad de conservar un mundo donde podamos convivir, tener un proyecto común, mirar al horizonte y verlo como un destino compartido.
La guerra inquieta por el riesgo de escalarse a niveles mayores. La guerra desestabiliza porque siembra sed de venganza. La guerra termina dejando la idea de su necesidad para resolver los problemas. El principal riesgo es desatar fuerzas que no podemos controlar, desde una ojiva nuclear cuyos efectos pueden permanecer mucho tiempo y alcanzar un radio territorial enorme hasta el odio que crece en muchos corazones y que puede volver a despertarse muchas veces.
Ojalá siga habiendo palabras para la paz, negociaciones que restablezcan la armonía y nos permitan vivir juntos, compartir proyectos y forjar un futuro donde todos podamos caminar.