
México en el G7: dignidad nacional y diplomacia inteligente
¡Citoyens!
Si creían que las viejas prácticas de la imposición y el dedazo habían sido sepultadas bajo el peso de la democracia (o lo que sea que hoy se le parezca), el PRI del Estado de México, con su inefable presidente nacional, «Alito» Alejandro Moreno, ha demostrado que la monarquía sigue viva. Y en nuestro querido Edomex, Alito ha coronado a su propia virreina: Cristina Ruiz.
La llegada de Ruiz a la presidencia del PRI mexiquense no fue producto de un proceso democrático interno. No hubo debates, no hubo elección de bases, no hubo nada que oliera a verdadera participación. Fue, simple y llanamente, una designación directa desde la cúpula nacional, una imposición de «Alito» con la excusa barata de la «unidad». ¡Qué ironía! La «unidad» en el PRI es la sumisión, la obediencia ciega a un líder que se aferra al poder como náufrago a una tabla.
Dicen que Cristina Ruiz es «cercana» a «Alito». Claro que lo es. Es la lealtad personificada, la pieza que garantiza que las órdenes desde Insurgentes norte se ejecuten sin chistar en Toluca. Es la evidencia de que las dirigencias estatales no son más que extensiones del feudo nacional, lugares donde se colocan a los fieles para asegurar que el control no se escape de las manos de la cúpula, incluso cuando el partido se desmorona a pedazos.
Cuando «Alito» se desgañita hablando de «unidad» y de «carácter» para su virreina mexiquense, la Guillotina Política no puede más que estallar en carcajadas. ¿De qué unidad hablan cuando las bases están más que hartas de ser ignoradas? ¿Qué carácter es el de quien acepta ser una simple títere movida por hilos invisibles desde la dirigencia nacional? Son discursos vacíos, huecos, diseñados para maquillar la profunda crisis de un partido que perdió la gubernatura del Edomex y que se aferra a las viejas mañas para simular que todavía respira.
El PRI, con «Alito» a la cabeza, ha perfeccionado el arte de asegurar los puestos clave para sus «cuates» y «cercanos», sin importar méritos o legitimidad. Las listas al Senado, las dirigencias estatales, todo se reparte en la corte del rey, mientras que los militantes, los verdaderos priistas, ven con impotencia cómo su partido se convierte en un negocio familiar, una agencia de colocaciones para la élite.
La designación de Cristina Ruiz es la confirmación de que la monarquía priista no está dispuesta a ceder un ápice de su poder. La «unidad» es la sumisión. La «democracia interna» es un chiste de mal gusto. La Guillotina Política lo sentencia: el PRI mexiquense, bajo esta dinámica, seguirá siendo un túnel, una sombra de lo que alguna vez fue, mientras sus dirigentes se arrodillan ante el trono de «Alito».
La cuchilla está afilada y el pueblo observa la farsa.
Con el acero de la razón y la furia de la verdad,
Robespierre.